Álvaro Corazón Rural
Jot Down, diciembre 2013
El reciclado de algunas estrellas del punk neoyorquino de los setenta es tan sorprendente como la oleada musical que abanderaron. Walter Lure, el guitarrista de los Heartbreakers de Johnny Thunders, es agente de bolsa en Wall Street. Andy Shernoff, bajista y compositor de los Dictators, sumiller. Una vez estuve en casa de este último en Nueva York y medio salón era toda una enoteca. Recuerdo que abrió un par de blancos alemanes. Trasegando, le pregunté por los recuerdos de aquel año, el mítico 1977, y agitando el copón como el profesional del mundo del vino que es, dio un trago, saboreó el producto y dijo despacio: «En el CBGB´s, los Dead Boys empezando a tocar “Sonic Reducer”…». Volvía a paladear el vino. Silencio. Tatareaba el riff, cerraba los ojos…
Yo no sabría decir cuál fue el grupo más importante de aquella generación, ni el mayor hito de la legendaria agenda de conciertos de aquel club ese verano, pero sí que es cierto que «Sonic Reducer» es algo mayestático, cochambre mayestática, pero que detiene el tiempo. A día de hoy, nada ha envejecido en el sonido ni en la puesta en escena. El cantante, Stiv Bators, es un gusano. El guitarrista, Cheetah Chrome, un neandertal. Es sencillamente perfecto.
Ante la duda eterna adolescente de que quien no vive como piensa termina pensando como vive, ni los Dead Boys ni muchos de sus compañeros de generación tenían mucho que aportar, básicamente porque ellos enunciaban la máxima con el verbo morir. Ni siquiera querían tocar, lo suyo sobre el escenario era hacer no-música. Y nada de interpretar, parodiar. El resultado fue desigual, como en casi todas aquellas atropelladas carreras, pero único en su especie. Stiv era de sensibilidad pop y Cheetah quería rockear. Resolvieron el litigio con un punto en común: tocarlo todo muy alto, muy rápido, muy intenso. Que era también su filosofía de vida. Había que vivir con velocidad y muy ridículamente.
Al contrario que muchos de los primeros punks de los setenta, no eran artistas, venían de barrios y familias difíciles, por no ser no eran ni de Nueva York. Los Dead Boys venían de Cleveland. Allí Stiv Bators se introdujo en el circuito musical de la mano de Frank Secich, de Blue Ash, uno más de esos grupos bajo la etiqueta de power pop, que como Badfinger, Big Star o Raspberries no llegaron a arrasar en los setenta, pero que son recordados con verdadera devoción. En una deliciosa entrevista en Fantail hace un mes, Secich relató cómo fueron aquellos inicios y lo tocado del ala que estaba ya Stiv desde el primer día que se puso delante del público.
En los sesenta, tuve la fortuna, o la mala suerte, de ser la primera persona en subir a Stiv a un escenario (…) Yo estaba al bajo y mi loco amigo Stiv a la voz y a la armónica, solo que no tenía armónica, pero ahuecaba sus manos y conseguía hacer sonidos de armónica que eran increíbles. Hicimos versiones de los Stones y de los Yardbirds y comenzamos bastante bien. Pero entonces Stiv sacó un bote de nata montada y empezó a agitarlo por la entrepierna. El público comenzó a enloquecer, así que se fue hasta el borde del escenario y disparó la nata sobre ellos. Después arrojó el pié de micro al aire, golpeándose en la cabeza y provocándose un corte profundo. El público se volvió loco, pero él estaba realmente herido. Después del concierto, tuve que llevarle al hospital para que le suturasen. Este fue el principio de la carrera de Stiv.
Su primer grupo después ese debut esplendoroso fue Mother Goose. Su objetivo: «cachondearse de los músicos de aquella época que pretendían tocar muy bien». Ya sabemos cómo es esto. En España te metes con la religión y te puede ir mal, pero si te burlas de los músicos virtuosos sus fans se defienden como vírgenes que ven entrar a un grupo de estibadores portuarios borrachos en su tetería de cabecera. No sé qué razones psicopatológicas conducen a estos extremos, pero entonces, en el apogeo de Pink Floyd, no era diferente.
En el Ruta 66 de septiembre de 1987 el propio Stiv enumeró todos los percances que cosecharon al inicio de su andadura: les echaron de treinta y seis clubs y quince fiestas de instituto de Ohio y Pennsylvania. En el grupo, un guitarrista iba pintado de verde con los ojos maquillados de rojo, el bajista iba de azul, el batería mitad de blanco y mitad de negro y Stiv de color plata con unos rockys, unas botas hasta las rodillas y un collar de perro con una cadena que le tenía atado a la batería. Los roadies, de paso, vestidos de nazis y listos para pegarse con cualquiera. Lo único que podía compararse a ese engendro por aquel entonces era Alice Cooper. No en vano, todas las influencias que citaban los Dead Boys venían de Detroit: MC5, Iggy and the Stooges…
Cuenta la leyenda que Stiv fue el tío del público que le entregó a Iggy la mantequilla de cacahuete en el famoso concierto del Cincinnati Pop Festival de 1970. Legs McNeil, editor de la revista Punk! en los setenta y uno de los primeros ídem de Nueva York, en su biblia sobre el punk Por favor, mátame dice que igual era mentira que fuera Stiv el que le diera el tarro de mantequilla a Iggy en aquella bendita actuación, pero que en caso de serlo «era una mentira fantástica». Las escenas de ese concierto con Iggy puesto de ácido tirando la mantequilla hacia arriba son el punto más bajo y el más alto al mismo tiempo que ha alcanzado la sociedad occidental. Para esto se ganaron dos guerras mundiales, señores.
Más adelante, Stiv se mudaría a Cleveland. Vivía en su coche, no tenía dinero para un apartamento. Pero pronto reunió a los Dead Boys con un método involuntario muy distinto al típico anuncio de una revista. A Jimmy Zero lo conoció intentando ligarse a su novia, se terminaron haciendo amigos después de que casi le parte la cara. Luego él y Jimmy intentaron ligar con otras dos tías y se dieron de hostias con sus novios, que a la sazón eran Johnny Blitz y Cheetah Chrome. De aquella somanta de palos surgió también una bonita amistad que terminó dando forma al grupo.
Antes de disolverse, Stiv cantó unas cuantas veces con nosotros. Dejó todo el equipo hecho una mierda y se meó en dos tías del público.
Al principio no se llamaron Dead Boys. Se vistieron de mujeres, como los New York Dolls y se denominaron Frankenstein para un bolo en la noche de Halloween. Los primeros pasos de este grupo también fueron prometedores. En palabras de Stiv:
En nuestro segundo concierto como Frankenstein, en Cleveland, Cheetah le partió los morros al cantante del grupo que teloneábamos. Luego nos peleamos con los gorilas del club y, al día siguiente, Blitz le prendió fuego al local, aunque nadie pudo probarlo. Pero después de aquello, nos fue imposible encontrar trabajo en Cleveland durante seis meses.
El mensajero de la buena nueva llegó en 1976 a Cleveland. Johnny Thunders con unos teloneros también ataviados putapénicamente como Frankenstein, aunque, ellos sí que consiguieron poco después llevárselo crudo, los Kiss. El caso es que Stiv hizo amistad con Thunders lo que le sirvió como carta de presentación en Nueva York. En Manhattan conoció a los Ramones, que le llevaron directamente a Hilly Kristal (el barbudo que presenta al grupo en el vídeo que tienen ahí arriba) para que pudieran apalabrar unos bolos en el CBGB´s. Ahí mismo, in situ, cuando le preguntaron cómo se llamaba el grupo, Stiv se inventó otro nombre sobre la marcha, Dead Boys. Cuenta el cantante que luego sus compañeros cuando vieron los anuncios del concierto en el periódico fliparon con ese nombre. ¿Qué nombre más guapo, quién serán? —Ah, mira, somos nosotros, había olvidado deciros…
Seguían viviendo en Cleveland y cada vez iban más a Nueva York a tocar en el CBGB´s. «Robaba un coche, alquilábamos un tráiler y chupábamos gasolina del depósito de otros coches, así es como viajábamos», contó Stiv. Hasta que forzosamente se tuvieron que quedar a vivir en Manhattan. No por los conciertos, sino porque les robaron el coche y no tenían dinero para volver. Por esas fechas surge un contrato con Sire y se prepara la grabación del primer disco.
Hasta entonces las vivencias del grupo se cuentan por locuras. Stiv cogió la costumbre de salirse al capó del coche cuando iban a 100 por hora y enseñar el culo. «Era su gran momento», contó su primer manager, James Sliman. Lo hizo frente a los Ramones, frente a Cheap Trick… y sobre el escenario las payasadas tampoco desmerecían la conducción temeraria. Stiv se cortaba el pecho con una botella rota, en una ocasión una camarera del CBGB’s le hizo una mamada. Este es uno de esos pasajes memorables de Por favor, mátame:
Genya Ravan: Fui yo quien instigó a Stiv a que le hicieran una mamada en el escenario (…) Creo que John Cale estaba por allí y estábamos bebiendo como cosacos. Los Dead Boys tenían la canción «Caugh you with the meat in your mouth». Le dije a la camarera, cuando toquen esta canción, súbete al escenario, arrodíllate, bájale la cremallera a Stiv y úntale la polla con nata (…) Los Dead Boys empezaron a tocar la canción y, como Stiv siempre se tocaba el paquete, la polla siempre estaba a punto de salírsele (…).
Bebe Bluell: No sé quién era la chica, porque solo la vi de espaldas, pero a Stiv le estaban haciendo una mamada allí mismo. Y luego se ahorcó. Pasó el cinturón por encima de la tubería de la calefacción y se colgó. Por supuesto, sobrevivió. Aquello no me gustó nada, y me fui, pero no podía dejar de pensar en Stiv (…) siento atracción por las ratas y las comadrejas. No sé cómo puede ser tan guapo, pero lo es.
Genya Ravan: La camarera no hizo correrse a Stiv, porque el tío tenía que cantar. Yo no quería que desafinase, y le dije a la chica que no llegara hasta el final. Pobre chico.
Esta Genya Ravan era una cantante y fue también la encargada de producir el primer disco, Young, Loud and Snotty. Hubo un pequeño problema. Ella y su familia judía habían huido de Polonia durante la II Guerra Mundial. Su padre había estado en un campo de concentración. Dice que recuerda cómo mordió la mano de su madre cuando le tapaba la boca para que no la oyeran los soldados mientras escapaban. Así que cuando el grupo entró al estudio se llevó una sorpresa. Iban cargados de esvásticas por todas partes. Les hizo quitárselas todas si querían trabajar con ella.
El nazismo fue un recurso estético bastante habitual en los primeros años del punk rock. Estaba Dee Dee Ramone, que había crecido en Alemania, su padre era soldado, y salía a jugar al campo buscando metralletas oxidadas, cascos, insignias y otros vestigios que por esas fechas había a montones en los alrededores de Berlín. Sentía fascinación por los restos de esas batallas. Y en otros casos, como el de Arturo Vega, el artista amigo de los Ramones que diseñó portadas y su celebérrimo logo multiventas ahora en el H&M, era una cuestión artística. Uno de sus cuadros más famosos eran unas cruces gamadas fosforitas.
Cuantas más esvásticas pintaba, más pensaba en ellas, y más potentes me parecían, y más artísticas. Los colores fluorescentes no parecen muy naturales, aunque existan en la naturaleza. (…) Y cuando mezclas el nazismo con los colores fluorescentes, la locura humana se incrementa todavía más. Siempre he pensado que la única manera de conquistar el mal es haciéndole el amor. Tienes que comprenderlo. Pero también me gusta la manera como la gente reacciona ante mis esvásticas. La gente alucina. Esos cuadros son como un detector de nazis. Si eres un nazi de armario, se nota enseguida, porque los que se ofenden son los que tienen algo que ocultar. Por eso esos cuadros son tan bonitos, te desenmascaran.
En el caso de los Dead Boys no era ni una cosa ni otra, sencillamente, se trataba de una gamberrada. Iban regalando medallas nazis a sus amigos para nombrarlos «Dead Boys honorarios», las llevaban en la guitarra, en la chupa. A Eileen Polk, una fotógrafa de las primeras punks de la ciudad, que solía salir de marcha con un látigo, la conocieron, se la llevaron a casa y le afeitaron una esvástica en el vello púbico. Pero la gracia del asunto pronto se convirtió en tragedia.
La grabación del primer disco duró dos días y medio en los Electric Ladyland. Era la primera experiencia de Genya Ravan en la mesa y el resultado fue un poco artificioso, no captaba la crudeza del sonido del grupo en directo y estaba lleno de efectos. De hecho, en 1988, se lanzaron otras mezclas, las del ingeniero Bob Clearmountain, llamadas Younger, Louder and Snottier (The Rough Mixes) con un sonido mucho más crudo y desagradable, más acorde al espíritu del grupo. Un espíritu que, por cierto, no cuajó en Inglatera. Allí fueron, contó Jaime Gonzalo en el Ruta, de la mano de los Damned, se los comieron en un show «devastador», pero como andaban en la misma línea que los Sex Pistols fueron considerados una mera imitación por los pinchaúvas de la prensa británica.
Para el segundo LP, y precisamente por ese aludido «espíritu» del grupo, se los llevaron a Miami a grabar porque se veía que en Nueva York no iban a dar pie con bolo de los ciegos que se estaban pillando. Cheetah, por ejemplo, era íntimo de John Spacely, caballero que iba con un parche como el de Intereconomía porque un travesti le había sacado un ojo de un cadenazo, y que diez años después protagonizó el escalofriante documental de Lech Kowalski, Story of a Junkie, en el que hacía de cicerone por lo más oscuro y lúgubre del Nueva York ochentero. Sin embargo, en Florida no es que faltase alcohol precisamente y la grabación fue aún más lamentable que la primera. Y no solo por el desfase, también por el productor. Otra vez.
Felix Pappalardi había sido el bajista de Mountain. Aunque su grupo metiese en su día bastante ruido, según cuenta Cheetah, nunca entendió el concepto al que querían llegar los Dead Boys. El resultado es un disco bastante plano, falto de fuelle, con grandes canciones, pero sin punch. Lo más aprovechable fue lo que tomaron los Guns n´Roses, la última canción, «Ain’t it fun», para su Spaghetti Incident. Una canción de los tiempos en los que Cheetah Chrome estaba en Rocket from the tombs. Lo mejor de aquellos días, en cualquier caso, es que los Bee Gees estaban grabando al lado y se interesaron por «el nuevo sonido que llegaba de Nueva York». Hay una foto impagable de Stiv con Barry y Andy Gibb.
Pero el disco no molaba. Pappalardi iba a las sesiones drogado, con un traje estampado con flores de marihuana. Cheetah llamaba de madrugada llorando a James Williamson, el guitarrista del Raw Power de Iggy de los Stooges —un disco que también tuvo lo suyo con las mezclas iniciales de Bowie y las revisiones posteriores—, rogándole que fuera a salvar el disco. «¡Están destruyendo a los Dead Boys!», gemía.
Sin embargo, el grupo se bastaba a sí mismo para destruirse. Cuando Stiv Bators conoció a Iggy, que era su ídolo sagrado, quedaron para comer y se cayó de cara en su sopa del ciego que llevaba de Quaaludes. A Iggy y su novia les causó una impresión nefasta. Y hay que dar muy mala imagen en esta vida para perturbar al padrino del punk, que vivía de dar la peor imagen posible. Sobre el escenario, eso sí.
Aunque el grupo reventó por la violencia, no por la droga. Y la tontuna de las esvásticas pudo salirles muy cara. Michael Sticca (roadie de los Dead Boys y de Blondie) salió del CBGB’s con una chica. Fue a parar un taxi y quién sabe si por un malentendido o por qué, lo que se paró fue un coche lleno de puertorriqueños cabreados con sus gestos. A él le rodearon y una chica empezó a golpear a su amiga. Michael, acorralado, sacó su navaja y en cuanto se le acercó un tío lo suficiente, le metió una puñalada en el pecho y lo abrió en canal. Aprovechando la confusión del momento, salió de allí disparado. Había logrado huir.
Pero su amiga, que había escapado por otro lado, alertó a Johnny Blitz, el batería de los Dead Boys, de que estaban matando a Michael. Johnny fue directo a por los puertorriqueños blandiendo también su cuchillo. Michael, que se lo cruzó, le dijo que no, que los dejara en paz, que ya había acabado todo. Pero en cuanto estuvo cerca, los puertorriqueños le quitaron la navaja y le empezaron a apuñalar a él. El roadie se acercó corriendo detrás de él y entre la confusión rápidamente percibió que estaban acuchillando a un tío con una camiseta de Conan, a su amigo. «Le habían rajado desde la ingle hasta el cuello», dice textualmente en Por favor, mátame.
Michael huyó del lugar cagando leches y horas más tarde fue a la comisaría a denunciar que habían matado a su amigo. La policía le escuchó y le detuvo inmediatamente. Le metieron preso por apuñalar a Johnny. Él gritó que no, que ese era su amigo, y el agente contestó: «De acuerdo, tacharemos su nombre y pondremos el del otro tipo». Cáspita, era el puertorriqueño que había «abierto en canal» minutos antes. Mientras esto sucedía, Johnny se debatía entre la vida y la muerte.
Yo había visto cómo le apuñalaban en el pecho. Tenía cinco heridas alrededor del corazón. Resulta que cuando yo oí las sirenas de la policía y me metí en el taxi, los polis vieron a Johnny con todos los órganos fuera. Se supone que no tienen que moverte hasta que llegue la ambulancia, pero estaban tan turbados que lo recogieron del suelo, lo metieron en el asiento trasero del coche patrulla y se lo llevaron a Bellevue. Si hubiesen esperado a la ambulancia, Johnny estaría muerto. Los médicos se pusieron a trabajar inmediatamente, pero cuando el cirujano vio la esvástica de Johnny, se detuvo. El cirujano era judío. Un médico negro se acercó y dijo: «No podemos dejarle así, tío». El médico negro le operó durante ocho horas. Y le salvó la vida. El tío se enrolló.
Cuando vieron que iba a sobrevivir, decidieron parar el grupo y esperar a su compañero. Fue casi un año el tiempo que pasaron muertos de risa y eso resultó fatal para un grupo tan inclinado al ocio. Cheetah Chrome se volvió adicto a la heroína. Un año sin hacer nada fue demasiado para él. También por ese tiempo, Sire empieza a notar que más que punk, lo que lo petaba era el pop de la nueva ola. Les sugirieron un cambio de estilo, Cheetah no aceptó, dejó el grupo y siguió con su temita. De lo ocurrido entre el 78 y el 79, aunque fuesen los años crepusculares, la versión que ha dado Frank Secich a Fantail no es precisamente un mal recuerdo.
Fueron tiempos salvajes. Algunos momentos álgidos fueron con John Belushi uniéndose a nosotros en el escenario, a la batería, en el Whisky A Go-Go. Después se fue por la puerta siguiente a tocar con Muddy Waters. Muchas veces, Johnny Thunders subía y tocábamos «Pills». Joan Jett improvisó con nosotros en un par de ocasiones. Conocimos a Keith, Mick Jagger y Ron Wood en la fiesta de Keith. Fuimos de fiesta con John McEnroe, Vitas Gerulaitis y con Marianne Faithfull al Mudd Club en New York, para la fiesta del veintiséis cumpleaños de Bebe Buell. Pasamos el rato con la actriz Susan Sarandon en el Gramercy Park Hotel. Y hubo muchos otros momentos. Nunca sabías lo que te depararía cada noche.
De esta época data el directo We have come for your children, pero ya no hubo nada más de relevancia. El grupo estaba agotado de ver cómo a sus conciertos empezaban a ir hooligans con el único fin de darse de hostias entre ellos. Así que Stiv se cambió de costa y se fue a Los Ángeles. Tras una breve estancia en el frenopático que era ese año, 1980, la casa de Joan Jett, «un hervidero de junkies», dijo Stiv, se marchó a un hotel, se centró y pudo grabar sus temas en solitario. Una colección de canciones power pop, grabadas junto a Secich, Disconnected, que, para quien esto escribe, son lo mejor que ha hecho en su vida, sin desmerecer ni lo anterior ni lo posterior. Pero tanto este disco como las sesiones que fueron saliendo después en LA, LA (1994) y LA Confidential (2004), son crema.
Después llegaron los Lords of the New Church. Supergrupo de Stiv junto a Brian James y Dave Tregunna. Con ellos, tocando en España se cayó del escenario. No faltan historias impagables en su biografía, pero merecedoras de otro artículo aparte. Lo importante es que Stiv terminó pasando de ellos y se trasladó a París con su novia. Allí hizo múltiples planes, como un grupo con Dee Dee Ramone y Johnny Thunders, The Whores of Babylon, que se fue al traste por una pelea monumental por culpa de la heroína. Tanto Thunders como Dee Dee estaban muy enganchados a esas alturas del siglo. Días más tarde de esa bronca, un conductor borracho atropelló a Stiv y a su novia. Se fueron a su casa pensando que no les había pasado nada, Stiv se echó a dormir y nunca más se despertó. Tenía un coágulo en el cerebro.
Es curioso, porque después de todo lo que Stiv Bators y yo habíamos pasado juntos, la vez que dejó colgados a los Lords of the New Church, le dije: «Eres un cabrón. Nos has jodido bien al abandonar la gira. Vete a tu casa y muérete». La primera y única vez que le digo una cosa semejante, Stiv va y se muere, y no le vuelvo a ver más. (Michael Sticca)
Fuentes:
Por favor, mátame, de Legs McNeil & Gillian McCain. Ed. Celeste
Fantail. Frank Seich “Relevancia pop”
Ruta 66, n.º 21, septiembre 1987
Ruta 66, n.º 54, septiembre 1990