En una reciente entrevista concedida a la revista Jot Down Gary Louris ya advertía que tenía la convicción de que su último disco era un gran disco. Y es cierto el último disco de los Jayhawks es un gran álbum, un álbum que está más cerca del indie pop que del rock de raíces que practicaban cuando Mark Olson estaba en la banda pero un gran álbum al fin y al cabo.
Desde el primer tema Louris da muestra del delicado trabajo que ha hecho con la melodía en el disco. "Quite Corners & Empty Spaces" es un himno pop pegadizo y memorable y una de los temas más destacables de este "Paging Mr. Proust". Estratégicamente colocada después de tanta dulzura "Lost Summer" es un trallazo de power pop con un ritmo endiabladamente bailable y unas guitarras cargadas de distorsión. Pero ese artesano de la melodía luminosa que es Gary Louris no puede alejarse demasiado de las esencias beatleianas y nos espeta en la cara un delicioso "Lovers of the Sun", para el que esto escribe la mejor canción del álbum. Con un bucólico riff arpegiado y unos sedosos coros femeninos el tema conjura al mejor sunshine pop californiano con un puente digno del mismísimo tándem Lennon-Mcartney. Una joya.
Y por si fuera poco Louris seguidamente nos descerraja otro prodigio de sensibilidad llamado "Pretty Roses in Your Hair" que es quizá la canción que más reminiscencias tenga de aquel country rock del mítico LP Tomorrow the Green Grass. El trabajo de Gary a la guitarra solista, por cierto, es tan impecable como el de los viejos tiempos. Y todo ello con un fondo de discreta electrónica y un final con repique de campanas. Sobresaliente. Le sucede "Leaving the Monsters Behind" y aquí ya vemos otra faceta de los nuevos Jayhaws más cercanos al indie que al roots rock, lo que hace pensar que su evolución no ha sido muy distints de otros grupos de su generación y espacio geográfico como Uncle Tupelo/Wilco, con quienes por otra parte les unen estrechos lazos de amistad.
Otro hito del disco es "Isabel's Daughter" otra joya pop esta vez de inspiración británica. Pocas veces han estado los de Minnesota tan cerca de los Beatles. No creo que sea exagerar decir que la canción la podría haber firmado perfectamente Paul Mcartney. A este prodigio de sensibilidad le sigue una pieza algo más bailable con un aire jazzy, "Ace", en la que Louris se explaya haciendo vomitar acoples y distorsión a su guitarra. Esta es la parte más experimental del disco.
Pero, francamente, los Jayhawks son un grupo pop por encima de todo y canciones como la siguiente "The Devil's in Her Eyes" dan prueba de ello. Este es otro temazo con un estribillo, unas armonías vocales y una guitarra solista que quitan el hipo. Muy distinta es "Comeback Kids" donde Louris y los suyos vuelven a situarse más cerca del indie británico de tal manera que recuerda a cosas tan poco "retro" como Franz Ferdinand o Pulp. Y ya puestos a hacer bailar al oyente, Gary suelta otro cañonazo de power pop llamado "Dust of Long-Dead Stars" que viene a hacer de contrapunto de los cortes más melancólicos del disco.
Aún queda dos cortes: uno es un guiño a la psicodelia sesentera llamado "Lies in Black & White", con una guitarra acústica funcionando de rítmica absolutamente genial que recuerda a los mejores REM y una armónica muy sugerente; el otro tema, también dominado por una exquisita guitarra acústica remite muy claramente a los Big Star del primer LP. Y con ello se cierra de manera magistral un álbum que ya advirtió Gary Louris no era simplemente un disco más. Y qué razón tenía.
«Yo quería ser Leon Russell». Son palabras de Elton John, un inglés homosexual y de vestimentas extravagantes, dedicadas a un melenudo de Oklahoma que parecía salido de alguna taberna de camioneros. Leon Russell nunca abandonaba su actitud, como de tipo duro del sur, como de cowboy infinitamente seguro de sí mismo. Rara vez sonreía sobre las tablas, y cuando lo hacía era dibujando una sonrisa de medio lado, como gustándose, pero sin importarle que nos moleste o no que se guste. Con menos descaro que Elvis, porque Leon nunca fue un exhibicionista escénico como Presley, dicho sea en el mejor de los sentidos posibles. Lo suyo era más una altiva socarronería, la de quien contempla al público desde una atalaya, aunque no recuerdo haberle escuchado o leído una sola frase presuntuosa, jamás.
Era como el tipo que se sienta en un extremo de la barra de un bar y no necesita hacer un solo movimiento para despertar el interés; él nunca va a decir que es cool, pero seguramente sabe que la gente piensa que lo es. Sentado ante su piano, cuando no llevaba puestas las gafas de sol tras las que se escondía tan a menudo, paseaba su mirada, de un azul distante e indiferente, por el público, o la dejaba caer sobre la lente de las cámaras. Sin insolencia, pero con desapego. La misma mirada de quien lleva un revólver al cinto en algún spaghetti western. O en su caso, de quien había teloneado a Jerry Lee Lewis con dieciocho años, de quien a los veintitantos ya era un cotizado músico de sesión que había visto y vivido más cosas que la mayor parte de la gente con el doble de su edad.
Leon Russell era un redneck y nunca se sacudió el barniz ni renunció a sus orígenes. Pero no era exactamente un paleto insensible, ni tampoco un derechista desatado. Era también un hippie. O algo parecido. Siempre se comportó como si los prejuicios de muchos de sus paisanos sureños hacia las minorías no hubiesen hecho mella en él. De hecho, matizaba su aspecto de pistolero con añadidos de lo más pintoresco: sombreros de copa, camisetas con el símbolo de Superman, y otra clase de adornos que muchos melenudos de los bares de su tierra se hubiesen negado a llevar. En una ocasión posó vestido con una túnica al estilo Jesús, ante una cruz de madera, riendo abiertamente de la broma. Esto, en los años setenta. No es que alguien como él, natural de Lawton, Oklahoma, no supiese las ampollas que eso podía levantar en ciertos rincones del país. Pero él era así. Nada parecía importarle, excepto su música.
No estoy muy interesado en la ecología, ni en la liberación de la mujer. Soy casi completamente inactivo en política. Nunca actúo para recaudaciones de fondos. Prefiero actuar en hospitales, para gente que de otra manera no podría vernos. Pero no me veo tocando para grandes causas, salvo que sea específicamente una causa mía, o de gente pobre; en ese caso intentaré ayudar. Pero no me verás tocando en favor de candidatos de izquierdas, ni de ningún otro candidato. La economía y la política son ciencias falsas. Se basan en una comunicación deficiente. En otras palabras: el motivo por el que a las personas no les gusta el trueque y prefieren tener dinero es porque no confían en su propio juicio acerca de lo que realmente valen las cosas. Tienen un árbitro externo, que fija el valor mediante certificados temporales; porque eso es lo que son los dólares. El dinero solamente compra tiempo. Con la política ocurre igual, está basada en una comunicación deficiente. El capitalismo es un poco una estafa, hasta donde yo sé, pero, ¿qué vas a hacerle? Ciertamente no voy a convertirme en político para cambiarlo, ni desde dentro ni desde fuera del sistema. Me voy a limitar a cantar mis canciones, porque es a lo que me dedico. Algún filósofo oriental dijo que quienes quieren convertirse en líderes políticos son los menos cualificados para ejercer ese trabajo, y es verdad. La gente que de verdad está cualificada no se meterá en política. Así que siempre tenemos que quedarnos, como mucho, con el segundo mejor.
La primera vez que supe de la existencia de Leon Russell fue a través de algo tan aparentemente alejado de su mundo como un disco de los escoceses Nazareth; el fantástico Razamanaz, de 1973. En aquel vinilo había una canción llamada «Alcatraz», con un estribillo que me parecía mágico y que, para exacerbar mi infantil impaciencia, se repetía solamente tres veces en todo el tema. En la pegatina interior del álbum decía que la canción era de un tal «L. Russel» (así, con una sola ele). Aquellos nombres ignotos que aparecían entre paréntesis, los compositores, de quienes un chaval poco o nada podía averiguar en los años previos a internet. Creo que nunca imaginé al misterioso «L. Russel» con ningún aspecto concreto. Era uno de tantos hacedores de canciones que quizá vestían con corbata, mientras dejaban que las estrellas de turno pusieran voz e imagen a su música, y que como uno no podía saber nada sobre ellos, se limitaba a ignorar su existencia. A veces, sin embargo, uno se los topaba por casualidad en una revista, o recorriendo las góndolas de alguna tienda, góndolas repletas de discos que jamás podría comprar si no era renunciando a otros discos. Es más que posible que viese alguno de Leon Russell y lo pasara sin establecer relación alguna con el estribillo que había escuchado tantas veces. Hasta el día en que vi ese nombre unido de nuevo a la palabra mágica: «Alcatraz». Eh, este tipo ha escrito la canción que tocan los Nazareth. Y resulta que la escucho y la original me gusta todavía más.
Con el paso de los años vas atando cabos. Leon Russell había tocado en canciones de los Rolling Stones. Ajá, el tipo no es un cualquiera. Pero también el bajo en aquella inolvidable «Hurricane» de Bob Dylan, donde la banda cometió un error y Russell sugirió grabarla de nuevo: «Da igual», le respondió Dylan, «si la grabamos otra vez cometeremos errores pero en otros sitios». Russell, descubría uno, era aquel pianista rubio de las giras más gloriosas de Joe Cocker, el pianista del sombrero verde digno de Alicia en el País de las Maravillas; algo más que el pianista, de hecho. El director de la banda, el arreglista, el arquitecto y verdadero responsable de versiones tan impresionantes como aquella «Cry Me a River», que sonaba como de otro mundo, o aquella «The Letter» que, de tan intensa, se volvía casi surrealista. Sí, el misterioso «L. Russel» estaba tomando forma. Era el tipo que había grabado un disco a medias con Willie Nelson. El tipo con el que Nelson había hecho una versión country de «Heartbreak Hotel». El tipo al que Elton John consideraba un «maestro y un mentor». El tipo que en cualquier momento podía demostrar que aún llevaba el góspel en la sangre, recordando una infancia transcurrida ante el piano de la iglesia; no se pierdan esto: Leon con sus paisanos de Oklahoma, el grupo funk The Gap Band, derritiendo el escenario.
Este año 2016 ha sido duro. Se fue Lemmy, se fue Bowie, se fue Prince. Se han ido muchos más, menos populares, pero no menos dignos de recuerdo. Pues bien, estos no serán días fáciles para el viejo Willie Nelson. Ha sido el primer nombre que me ha venido a la mente al conocer la muerte de Leon, que era su amigo desde hacía muchos, muchos años. Muchísimos. Se conocían desde 1963, cuando Russell tocó en el segundo disco en solitario de nuestro forajido favorito. Hoy, claro, resulta inevitable recordar aquel concierto de cumpleaños en el que Willie, conteniendo las lágrimas, veía cómo otro amigo suyo, Ray Charles, le dedicaba las últimas estrofas de una bellísima canción. Ray sabía que iba a morir, Willie también, aunque el público no. Es de entender que el entusiasmo de Ray y las expresiones en el rostro de Willie protagonizan el evento, visto ahora. Pero la música, amigos, ¡esa maravillosa música!, era de Leon Russell. Aquella joya titulada «A Song For You» la había escrito muchos años atrás, para su primer disco en solitario. Ray Charles la usó para despedirse. Y qué canción.
Russell alcanzó el éxito a mediados de los setenta, gracias a varios discos repletos de composiciones memorables, aunque solamente dos de ellas fueron hits inmediatos: la fantástica «Tight Rope», con su breve intermedio circense, y la melosa «Lady Blue», que irónicamente no estaba entre sus mejores creaciones. «A Song For You» también se hizo muy popular, claro, y de hecho es la que más gente recuerda hoy, aunque para ello tuvieron que ayudar el tiempo y las numerosas versiones en voces ajenas. Por el camino, temas que sonaron más o menos en la radio, pero que los seguidores de Leon consideramos clásicos a la altura de cualquiera. Es decir, ¿quién puede no caer rendido ante algo como «Roll Away The Stone»? O la maravillosa «Delta Lady», «Stranger in a Strange Land», «Trying to Stay Alive», «If I Were A Carpenter», «Queen of the Roller Derby», «Hummingbird». O las perlas country que grababa bajo el pseudónimo Hank Wilson, para recordarnos que venía del sur, y sin duda muy influido por su querido Willie. Hablo de cosas tan mágicas como «Rollin’ In My Sweet Baby’s Arms» o «I’m So Lonesome I Could Cry».
Quienes asistieron a sus conciertos de juventud cuentan que Leon causaba un considerable impacto entre las mujeres de la audiencia. Algunas se ponían histéricas si las miraba directamente y les sonreía; otras lo seguían al salir del concierto, hipnotizadas, allá a donde fuera. Quizá eran sus ojos, o su elegante chulería sureña, no lo sé; en cualquier caso, nunca pareció un tipo engreído. Al contrario; conoció a muchas estrellas, pero parecía sentirse más cómodo entre sus colegas de siempre, fuesen estrellas o no. Exceptuando a Elton John, con quien siempre estuvo a partir un piñón pero a quien quizá no podemos tildar de modesto, sus mejores amigos en el negocio eran tipos que proyectan sencillez, como Willie, que continúa siendo humilde pese a su estatus cuasi divino en la cultura estadounidense, o el esquivo y nunca lo bastante reivindicado J. J. Cale, ídolo de Mark Knopfler o Eric Clapton entre otros, pero crónicamente alérgico a la fama. Como J. J. Cale, el propio Leon fue un «músico para músicos». Célebre durante una temporada, sí, pero en la sombra después, aunque con una base fiel de seguidores. Hasta que en el 2010 Elton John decidió recuperarlo para un público más amplio con un disco de duetos, The Union, que funcionó bastante bien en Estados Unidos. Pero aun así, estoy seguro de que si en España salimos a la calle y preguntamos por él, nos costará encontrar a alguien que sepa de quién demonios hablamos.
Dice su mujer que Leon ha muerto en silencio, mientras dormía, sin enterarse. Es la mejor forma de irse de aquí, seguramente. Leon tuvo una vida larga y quiero pensar que buena; en los últimos años tuvo problemas cardíacos, ya lo sabemos, pero él se sentía lo bastante fuerte como planear una gira en el año 2017. Una gira que por desgracia nunca se producirá, pero que incluso truncada demuestra que jamás perdió la pasión por su oficio. No lo conoce tanta gente como debería. Pero quiero pensar que todo es cuestión de tiempo. Yo lo descubrí hace décadas en un disco de Nazareth. Está presente en tantos discos ajenos —con su piano, con la guitarra, con el bajo, como arreglista y productor, como compositor—, que incluso quienes desconocen su nombre han vibrado con su música sin saberlo. Mientras tanto, no me llevo a engaño; el mundo no se detendrá porque haya muerto Leon Russell. Pero créanme: hoy ese mundo tiene menos de valor. Los grandes se van marchando y cada vez cuesta más vislumbrar a los sucesores. ¿Quién será el próximo Leon Russell? Nadie, por ahora. Es triste, pero es así. Como tampoco se vislumbra al nuevo Prince o al nuevo Bowie. Quizá es el principio del fin de una época. Solo espero que los futuros historiadores de la cultura de esta época, la nuestra, pongan a Leon en el lugar que de verdad le corresponde. ¿La parte buena? Que la música no desaparece. Y yo, si me preguntan, pienso pasarme varias semanas escuchando la música de Russell. Será como fingir que no se ha ido.
Los dos músicos han unido fuerzas en una gira conjunta que pasa por la sala Galileo Galilei
Todo empezó una noche en León. Mark Olson tenía un dia libre en su gira y preguntó a un amigo qué podía ver en la ciudad. Le recomendaron ir al concierto de Rubén Pozo, un artista del que no había oído nada, así que se presentó en su recital acústico y disfrutó de lo lindo del show, se hicieron amigos y en cuestión de días ya habían planeado una gira conjunta.
A un tipo tan rock como Rubén Pozo, Mark Olson le encaja como un guante sobre el escenario. Y viceversa. Una fórmula infalible gestada por pura admiración mutua entre dos artistas de larga y constante trayectoria, el fundador de Buenas Noches Rose y Pereza mano a mano con el fundador de The Jayhawks, la mítica banda de country alternativo y rock Americana. Juntos salen de gira: diez fechas confirmadas a lo largo de noviembre que prometen repartir inapelables descargas de adrenalina.
Puro caviar de guitarras y actitud será lo que le espere a los fans de ambos en plazas como Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Zaragoza y las demás ciudades. Una mezcla de éxito garantizado: Dos hombres del rock unidos para hacer lo que mejor saben.
Viene Rubén de derrochar eso que los del gremio llaman actitud en «En marcha», el álbum de 2015 en el que exploró el rock desde una amplia variedad de ópticas: del folk a la ranchera, en acústico o eléctrico, acelerado o con el freno puesto, dirigido por el ojo clínico de Nigel Walker, que le llevó a su disco más americano, californiano la mayoría de las veces, con guitarras que guiñan el ojo a Tom Petty o The Byrds.
Fue el regreso del guitarrista y cantante de Pereza tras su debut en solitario en Lo que más. Ahí abrió una nueva etapa en su carrera como músico y cantautor, un tipo que se curtió con Buenas Noches Rose y que junto a Leiva y en Pereza se consagró como un exitoso músico de rock; de auténtico rock madrileño en la línea de un estilo que tejieron bandas como Burning, Leño o Tequila.
Si Rubén Pozo fundó Pereza con Leiva, el guitarrista y cantautor Mark Olson creó The Jayhawks con Gary Louris a mediados de los ochenta. De su criatura se ha dicho que es la mejor banda desconocida del planeta, una forma como otra cualquiera de referirse a lo que se considera un grupo de culto. Sus álbumes marcaron una progresión imparable hasta el gran «Tomorrow The Green Grass» (1995), cuando el de Minneapolis, la parte más folk de The Jayhawks, decidió decir adiós.
Su carrera en solitario le ha llevado a las más inesperadas experiencias musicales, siempre atinadas, hasta llegar a «Good-bye Lizelle» (2014), un álbum que lo llevó a ser disco del mes (American Album of the Month) en las revistas MOJO y Rolling Stone. La última consistirá en compartir doce escenarios con Rubén Pozo: el rock en la búsqueda y disfrute de sus propias esencias.
Su concierto tendrá lugar el sábado 12 de noviembre en la sala Galileo Galilei, a partir de las 21h. Entradas desde 15 euros.
El músico y poeta falleció el pasado viernes a los 82 años Un 14 de octubre de 1974, todavía con Franco vivo aunque ya en sus últimas, Leonard Cohen se dejó caer por Madrid, teatro Monumental. Era la primera venida a España de un artista que, sin embargo, debía tenerle cariño a una tierra reflejada en García Lorca, uno de sus grandes amores poéticos.
Fue un concierto raro e impresionante, más allá de lo que suele llamarse un concierto. Cohen era por entonces un absoluto preferido de los chicos y chicas progresistas y anglófonos, lo cual y en aquellos años significaba pertenecer a una clase acomodada con veleidades intelectuales. Una minoría muy activa. Ha de entenderse el contexto. La escucha de discos y muy especialmente los algo exigentes en música y letra era todavía bastante comunal. Ni siquiera las niñas o los niños con pelas disponían de tantas. Uno podía tener discos muy escuchados y muy favoritos que nunca compraría por la sencilla razón de que ya lo tenía algún amigo/a.
En realidad Songs of Leonard Cohen (1967) no se editó en España hasta 1971, cuando la misma CBS se estableció en nuestro país. Pero el álbum era ya bastante célebre vía importaciones personales de aquellos jóvenes que comenzaban a recorrer algo de mundo y volvían con este tipo de cosas. Suzanne era archiconocida y se escuchaba en bucle pero también iban entrando otras como So Long, Marianne, Joan of Arc o The Partisan.
El nuevo disco, New Skin For The Old Ceremony, de portada misteriosa, traía una bomba que definía muy bien lo que significaba Cohen en aquellos momentos: Lover Lover Lover. Una canción de apoyo a los soldados israelís para quienes había cantado durante la guerra del Yom Kippur de 1973 disfrazada (o no) de canción de amor. Pero que también era un canto pacifista. Muchos niveles que apenas unos pocos distinguían.
A la hora de comprar había que decidir. Las diferencias entre Cohen y Dylan, entre quienes compraron Cohen y quienes compararon Dylan resultaban tan obvias como conciliables. Dylan, en sus músicas, en sus letras y en su misma voz era una navaja afilada. No hay un disco entero suyo que pudiera considerarse romántico hasta Nashville Skyline (1969) y este resultó tan fuera de carácter que muchos lo encontraron directamente blando.
En su música, en sus letras y en su voz, Cohen era un seductor. Con él no se planteaba la cuestión de la dureza, el filo o la autenticidad, sus armas eran otras. Era monótono, casi más un rapsoda que un cantante y mostraba un punto de vulnerabilidad emocional que traspasaba. Sus letras se estudiaban con la misma intensidad que las de Dylan y despertaban un respeto imponente. Los libros, que a veces tenía alguien, estaban muy bien.
Un rapto extático en el Monumental
El concierto del Monumental vino a ser un reflejo de todo esto elevado a magia del arte. La primera parte, con un grupo sencillo pero ya con cuerdas, un coro femenino estupendo y un Cohen hecho un señor no lograba despegar. Amenazaba con tostón, vamos a decirlo. Pero poco a poco el escenario y el público fueron acercándose sin que en apariencia nada hubiera cambiado. Tal vez fuera simplemente que sonó Suzanne y todo el teatro se pusiera a corearla, quizá la chispa fue otra o que dos fuegos querían bailar juntos.
El caso es que aquello fue creciendo en una especie de intensa ceremonia donde el predicador entra en el mismo rapto extático que los demás participantes, prolongando el concierto más de media hora o repitiendo otras dos veces una Suzanne que ya sonaba como un prolongado mantra. Existen esos momentos sanamente mágicos, casi todos hemos vivido alguno. Repasando luego otros conciertos de Cohen, tan alejados como el de la Isla de Wight en 1970 o el de Gante del 2012 de nada menos que tres horas, parece que estas historias le solían ocurrir.
Aquella gira del 74 cerró en la práctica la primera etapa de Cohen. Tardaría tres años en editar un álbum discutido hasta hoy en día, el Death Of A Ladies Man. Producido por un Phil Spector muy borracho para un Cohen que tampoco estaba en su mejor momento, el bombástico sonido del disco suponía una cesura. Sus arreglos hasta el momento estaban entre lo melancólicamente folkie y la música de cámara, siempre con discreción. Ya no regresaría a aquel sonido.
Está claro que a la mayoría de los cantautores, excluyendo seguramente a Neil Young, no les sentaron demasiado bien los años 80, los del post-punk y la electrónica. Sin embargo esos son los años en que Cohen apela a otra generación, hija de aquellos adolescentes de los 70. En un disco que CBS se negó a distribuir por muchas razones de peso, se encontraba Allelujah, una canción que a través de John Cale en 1991 o de Jeff Buckley en 1994, entre otras 200 versiones a veces muy notables, se convirtió en uno de los himnos de finales del siglo XX.
Como para remachar el clavo de su nueva actualidad, Cohen editaría en 1988 una canción como First We Take Manhattan que parecía conectar, sin hacerlo de forma explícita, con los cambios cataclísmicos que sucedían en el mundo. De hecho, solo un año más tarde caía el muro de Berlín. Cohen se había convertido sin mayor esfuerzo en un artista MTV, cuando esa cadena aún significaba vídeos musicales.
El sonido de estudio era casi plenamente electrónico y ayudaba que I’m Your Man tuviera otros clásicos instantáneos como Everybody Knows o Take This Waltz. En todo caso, ya resultaba raro que un señor de 54 años sin la menor concesión al colorismo de la década pudiera integrarse con tal naturalidad en el sonido y el discurso de un medio considerado el colmo de ese colorismo. Y que también lo dejara atrás.
Leonard Cohen y su peripecia vital, a veces poco edificante, otras casi patética (cómo ser estafado en su ancianidad) parecen ocupar un lugar al margen de la misma historia. Surgió como uno de los pocos capaz de aguantar el tirón de Dylan haciéndolo sin competir, sin emular, en sus propios términos cimentados en una escritura maravillosa. Y luego fue capaz de seguir caminando para encontrarse con una nueva gente que sentía la misma necesidad básica de sus padres o hermanos muy mayores: un lugar donde poder sumergirse con todo, el pensamiento y el sentimiento. Y a veces incluso bailar.
Gary Louris (Ohio, 1955) tiene una carcajada minúscula, como si una sordina se hubiera alojado en su garganta. Aunque de ser algo, su voz sería una armónica, un artefacto con el potencial de iluminar o ensombrecer cualquier día en una fracción de segundo. Frente al micrófono, es aguda y frágil, melancólica. En conversación, es grave y más pausada, casi adusta.
El fundador, guitarra, cantante y líder de The Jayhawks ha vuelto a la carretera, a los escenarios y a que le digan eso de que durante treinta años han sido un referente del country alternativo o lo que se ha dado en llamar americana. Lo fueron, pero a Louris le molesta hablar del pasado. Prefiere dejar atrás la época en la que la banda de Minnesota fue comandada por un liderazgo bicéfalo de Louris y Mark Olson, nombre ahora maldito en su cancionero. Dice que toda su vida ha sido un equilibrio precario entre la luz y la oscuridad, un intento de que la música armonizase con todo lo demás. Pero ya lo avisan sus letras: Everybody’s stumbling through the dark.
Ahora se centra solo en la luz. En su novia —a la que despierta al amanecer para que le escuche cantar en directo en la radio— en su hijo, en su nuevo disco Pagin Mr. Proust. En el presente y solo en el presente. Sin drogas, sin alcohol. Sin odiar su propia música y odiándose un poco menos a sí mismo. Nos recibe en Barcelona, horas antes de su concierto en el Festival American Autum, dejándonos la duda de si ha domesticado la nostalgia o se ha inmunizado ante ella.
Una curiosidad que probablemente ya conocías: ¿sabes que no sois los Jayhawks originales? Existió otro grupo en los cincuenta que se llamaba así.
Sí, sí, es cierto. No lo sabíamos al principio, es verdad. Nunca contactaron con nosotros así que creo tampoco había mucho problema… Ellos eran un grupo de doo wop, creo recordar. Yo no estaba en el grupo las primeras semanas, cuando escogieron el nombre, así que no tenía mucho que ver con la elección. ¡Pero creo que tenemos todos los derechos!
Vamos un poco a los inicios, cuando eras un niño. Alguna vez has comentado que no creciste en una casa donde el rock estuviera presente, tus influencias musicales no vienen de ahí.
Exacto. Mi padre no escuchaba casi música, en realidad. En el coche llevaba eso que llamábamos easy listening, el tipo de música que escuchas en un ascensor. Ya sabes, música de ascensor, que es muy relajante, aún me sigue gustando. Mi madre solía escuchar la radio, Ella Fitzgerald, Andy Williams, Frank Sinatra… Y mi hermana, que tenía cinco años más que yo, tampoco era una rockera, en realidad. Tenía un disco de los Beatles, uno de los Stones… y eso era todo. Toda mi influencia me ha venido por mí mismo.
¿Y recuerdas cuál fue el primer disco que te compraste tú mismo?
Sí, perfectamente: fue un disco de The Monkees. [Risas]. Y el siguiente que recuerdo haber comprado es de Alice Cooper y ya después The Who. Probablemente tenía doce o trece años, más o menos.
Tu historia es un poco atípica, dentro de la música. No fundaste una banda hasta que acabaste la universidad, dentro del patrón llegaste un poco tarde.
Sí, a todo llego tarde. Mi vida ha sido un poco así. No entré en un grupo hasta que estuve fuera de la universidad, tenía como veintiséis años. No formé la banda hasta los treinta, porque yo era arquitecto, no músico. Es un patrón habitual en mi vida. También me casé tarde, y no tuve un hijo hasta los cuarenta y cuatro… Así que siento como que todo ha llegado tarde, es así.
¿Te has preguntado por qué?
Sí. No es muy típico, ni muy habitual. Sé que no es usual esta forma de hacer las cosas. Pero supongo que estoy aquí para decirle a la gente que las cosas te pueden pasar más tarde en la vida, puedes llegar más tarde y no ocurre nada. Que si no ocurre en la edad que se supone que tiene que ocurrir, puede pasar después. ¡Hay esperanza!
¿Qué se cuece en Minnesota para que hayan surgido talentos tan descomunales (y diferentes) como los de Dylan, Prince, Hüsker Dü, los Replacements, Soul Asylum o los Jayhawks?
Sí, la gente suele decir que es algo en el agua, pero no lo sé [risas]. No sé qué es lo que crea esa atmósfera de creatividad, pero hay muchísimo arte, especialmente en las Twin Cities. Tienen una cultura artística muy fuerte, mucho teatro, música… Creo que todo te guía hacia eso. Y si alguien triunfa allí, inspira a otros a lo mismo. Hay otras teorías, como que el frío obliga a la gente a estar en sus sótanos, a escribir canciones, a componer. También influye el hecho de que estamos lejos, separados de otras ciudades, así que normalmente los grupos no nos incluyen en sus tours, y tienes que crear tus propios entretenimientos. No lo sé. Lo que sí sé es que es increíble que haya alojado a talentos tan distintos entre sí, que no se limite a uno solo. Recuerdo un grupo llamado The Trashmen, que también eran de Minnesota, irónicamente, porque no hacían nada muy propio de allí, y que tampoco tenían nada que ver con lo que hizo Prince. No sé, es curioso.
Vuestro debut fue a mediados de los ochenta, en plena efervescencia de lo que aquí en España se llamó «el nuevo rock americano», con bandas como Long Ryders, Jason & The Scorchers o Lucinda Williams. ¿Por qué crees que surgieron entonces tantos músicos jóvenes reivindicando el country, la música de raíces?
No tengo ni idea de por qué, si te soy sincero. En ese momento pensábamos que éramos los únicos que estábamos haciendo lo que hacíamos, en serio. No estábamos muy familiarizados con otras bandas, quizás con Uncle Tupelo, y ya. Ahora conozco a todos esos tipos, pero en ese momento no. Nunca sentimos como que éramos parte de algo común. Hacíamos las cosas por nosotros mismos. De nuevo, yo no conocí la música de raíces hasta que estaba en los veintitantos y fue algo nuevo para mí, algo que se acomodó perfectamente a mi personalidad. Era algo conmovedor, que me tocó muy fuerte, porque tenía algo que el pop y el rock no suelen tener, algo que me atrapó. La música de raíces me guió hasta folk, el blues, el soul, el bluegrass… Todos los tipos. Y entonces tuve que escucharlos, porque yo en realidad crecí escuchando música británica, sobre todo. Así que incorporé algo de toda esa música al roots, mi música de raíces en realidad se parece más al pop que al rock.
Piensas que es una coincidencia que tantos artistas escogierais un camino parecido en el mismo momento.
Sí, pero siempre hay alguien trabajando en algo parecido a lo que tú haces, sin que lo sepas. Siempre hay una reacción en eso. La gente se cansa de lo mismo, en ese momento quizás del pop ochentero, y buscaban algo diferente. Creo que de todos esos grupos —muchos venían del rock— eran lo que llamábamos «screamers», y buscaban algo más relajado, más suave.
¿Fue el éxito de un álbum como Shake Your Money Maker (1990) de los Black Crowes lo que hizo que American Recordings (hasta entonces un sello bastante cañero, a medio camino entre el hardcore y el heavy) comenzara a interesarse por el americana y se fijara en vosotros?
No lo sé. Sé que no hizo daño, eso seguro, pero creo que hay muchas razones para ello. Nos pusieron bajo su ala, en cierto modo, éramos amigos y teníamos mucha sintonía. Recuerdo que nos reagrupamos y pensamos en mandar a George Drakoulias el mensaje de que «los Jayhawks son los nuevos Byrds», del mismo modo que los Black Crowes eran «los nuevos Stones»… Ya sabes, la historia de la música siempre es que algo es «el nuevo algo». Creo que no éramos capaces de describirlo. Había un montón de bandas como Slayer, Danzig o Wolfsbane… y creo que entre The Jayhawks y The Black Crowes pareció que había algo común, porque no formábamos parte de ello. Del hard rock.
Ya que mencionas a Drakoulias. Con él grabasteis dos obras maestras seguidas: Hollywood Town Hall y Tomorrow The Green Grass. Si tuvieras que elegir entre uno de esos dos discos, ¿con cuál te quedarías?
Ah, bueno, yo prefiero Tomorrow The Green Grass. Porque Hollywood Town Hall tiene algo de aquel despegue, cuando empezamos ser más conocidos y la gente empezó a saber de nosotros, de lo que estaba pasando. Creo que Tomorrow the Green Grass es algo más aventurero, más centrado en la composición de canciones, y el sonido… Entre los dos, lo prefiero. Aunque son geniales.
No pensábamos que fueras a elegir. Los músicos soléis aferraros a eso de que «todos los discos tienen su momento».
Sí, sí, es cierto. Lo he hecho porque me has pedido que escoja entre dos. Si me hubieras dicho cuál es mi disco favorito en general, te habría dicho eso… Tomorrow The Green Grass no es mi disco favorito de los Jayhawks, porque no voy a elegir uno. Pero entre esos dos, sí. Está más cerca de serlo.
Pues hablemos sobre el otro, entonces.
[Risas].
En Hollywood Town Hall, el pianista Nicky Hopkins (habitual de los Who, los Kinks o los Stones) colabora en varios temas. ¿Cómo llegáis a él?
Fue todo culpa de George [Drakoulias]. Él tiene contactos con todo el mundo, es la conexión última, el hombre. Él le conocía y le hizo una llamada. No sé cómo es trabajar con él, porque no estaba en la habitación cuando grababa, yo ya me había ido a casa cuando él lo hacía. Hubo unas cuantas sobredosis por entonces, ojalá hubiera estado allí, porque soy un gran fan de él. No tengo muchas historias sobre Nicky, una pena.
Una de vuestras canciones más queridas es «Bad Time», pero no todos saben que se trata de una versión de Grand Funk Railroad. ¿Cómo decidís hacer una versión de un grupo, en principio, tan ajeno a vuestra estética?
Sí, es cierto, no teníamos mucho en común. Yo tenía ese disco en mi colección, y siempre amé ese tema. Siempre tuve la idea de hacer algo inesperado con ella. Así que la versionamos, y nunca tuvimos planes de grabarla, pero George nos rogó que lo hiciéramos. Lo hicimos una vez antes de acabar el disco, y la grabamos.
¿Solo una vez? ¿La grabasteis a la primera?
Bueno, alguna más. Pero no muchas. Cuando estábamos a punto de recoger las cosas la escuchó, y insistió y bueno, así fue.
Siempre le habéis dado mucho protagonismo a los arreglos vocales. La voz de Mark Olson y la tuya encajan a la perfección, recuerdan a otros grandes dúos como los Everly Brothers o el formado por Gram Parsons y Emmylou Harris. ¿Son estos vuestros referentes?
Déjame preguntarte esto: ¿vamos a hablar del nuevo disco? No quiero hacer un continuo viaje al pasado y hablar de Mark Olson… Eso es el pasado. Y no quiero pensar más en todo eso, si soy honesto contigo. Es aburrido para mí, eso fue hace mucho tiempo y no recuerdo todo.
Pues vamos a por Pagin Mr Proust. Es el primer álbum en el que compones las letras solo, ¿ha sido un cambio difícil?
No. Es por esto que no quiero hablar del pasado. Mark Olson y yo decidimos hace mucho tiempo poner nuestros nombres en todas las canciones. Es como Paul Mccartney y John Lennon, muchas veces Paul escribía la canción, o lo hacía John, pero sus nombres siempre iban juntos. Así que Mark y yo poníamos nuestros nombres juntos, pero no escribimos juntos muchas canciones. Quizás al principio sí, en Hollywood Town Hall, pero en realidad siempre escribíamos por nuestra cuenta y luego nos juntábamos y se lo enseñábamos a los demás, buscando sugerencias. Pero siempre he compuesto solo, la mayoría de las veces. Lo prefiero, si soy honesto, a no ser que tengas ese compositor con quien estás en total sintonía, ya que a veces funciona. Pero esto no es algo nuevo para mí, llevo componiendo solo más de veinte años. Hay unas pocas canciones que compusimos como grupo, colaboramos, pero es más inusual para mí. Si no estás en el mismo estadio mental de la gente con la que compones, las cosas se pueden volver raras y algo ilusas. A veces todo hace aguas, y te comprometes pero no estás de acuerdo… Creo que es bueno componer tú solo, a no ser que necesites ayuda para terminar la canción.
¿Cuál fue la primera canción que compusiste del nuevo disco?
¿De este? La verdad es que no lo recuerdo. Escribí este disco después de ir a rehabilitación de drogas y alcohol, cuando salí de aquello. Me convertí en una nueva persona y pasé muchísimo tiempo escribiendo, en el estudio de mi casa. Experimenté con todo tipo de canciones, manipulé señales radiofónicas, grabé cosas desde mi ventana, usé sintetizadores, guitarras acústicas, un montón de cosas diferentes. Así que a lo largo de dos años tuve listas un montón de canciones, y cuando decidí que esto sería un disco de los Jayhawks, no de Gary Louris, escribí algunas canciones específicamente para los Jayhwaks. O con los Jayhawks. No recuerdo la primera, recuerdo la última, que fue «The Devil Is in Her Eyes». No me llevó más de quince minutos. Hay algunas canciones fantásticas en las que ocurre eso, que salen rápido. Pero no recuerdo la primera.
El álbum está recibiendo muy buenas críticas en todo el mundo. ¿Sueles echarles un vistazo?
Me mandan todas, y a veces las leo, lo reconozco. Es curiosidad. Y me gustan las críticas muy malas y las críticas muy buenas. Pero las del medio son las que no me gustan. Pero no suelo leerlas mucho. Yo sé cuándo un disco es bueno o no, al menos para mí, y creo que hemos hecho un buen trabajo. Ya tengo un público que viene a mí y me dice si la canción ha significado algo para ellos, y luego están los críticos, ya sabes. Quizás un tipo que no lo ha escuchado más de una o como mucho dos veces, y que espera que estemos en lo más alto. Que conoce nuestro nombre y tiene ciertas expectativas. Así que trato de no poner demasiada atención en eso. En realidad estoy más preocupado por mi novia, por lo que me diga, que no he cantado esa canción particularmente bien. Eso lo llevo peor. Esta mañana ha pasado, cuando estaba en la radio. Me ha dicho que no ha estado del todo bien, y yo confío en ella, a pesar de que fuera muy temprano. Y los críticos… bueno, no conozco a esas personas, no sé de dónde vienen, y es duro para mi evaluar cómo juzgan el disco, porque no sé su opinión o sus gustos. Pero si lees las críticas, tienes que estar preparado para aceptar las buenas y las malas, eso es así.
Hablando sobre el título: ¿Por qué Proust? Adelante, vende tu disco.
[Risas] Es una historia graciosa, porque el título llegó después de que hiciéramos el disco. Tengo una buena amiga que estaba en el aeropuerto en Ámsterdam de viaje por Europa con otra amiga y me llamó. Su amiga pensó que había oído «Marcel Proust has being paged at the airport», y pensé: amo eso. Se me descolgaron los ojos. «Pagin Mr. Proust» me pareció fantástico, tenía nervio, tenía potencial para la pretenciosidad. Era más interesante que llamarle, ya sabes «I love you, everybody….». En una reunión después lo hablamos, porque sabía que yo amo a Proust, he leído mucho.
¿Todo? Es casi imposible…
[Risas] No, todo no. No he leído cuatro mil páginas. Pero el hecho de que ella estuviera en el aeropuerto, nos llevó a pensar en eso para la portada. Empezamos a buscar aeropuertos de mitad de siglo, fotografías. Y encontramos esa, que es muy evocadora. Si miras bien en el centro de la fotografía, hay un hombre mirando hacia la cámara. Para mí es como si estuviera pidiendo ayuda. Y creo que tenía esa sensación, para mí, de que el mundo ha perdido un poco el control, sus prioridades están equivocadas. Todo va muy deprisa, todo es actualizar, actualizar, actualizar. Si vamos más deprisa seremos más felices, si somos más inteligentes, seremos más felices… Es una trampa. Creo que no somos conscientes de lo rápido que va todo porque todos estamos demasiado centrados en lo siguiente. Así que esa fotografía, y Proust en si mismo, significa lo opuesto: tiempo para ti, para relajarse y ser consciente, estar aquí con vosotros. Mirando, recordando vuestros nombres. Cosas como esas son muy importantes, y si profundizas en las canciones, puedes ver esa amenaza de inmediatez de la que hablo. Las canciones hablan de huir de ello, de encontrar el sitio concreto donde alguien puede detenerse, y apreciar la belleza que le rodea. Encontré ese significado después, algo que me pasa con casi todas las canciones que escribo, que les encuentro el sentido casi cuando están acabadas, porque me surgen del inconsciente.
A primera vista, parece que la portada quiere oponer dos conceptos: lo antiguo y lo nuevo.
Sí, porque aunque es una fotografía antigua, es muy futurista. Era exactamente lo que buscábamos.
¿Qué aeropuerto es?
Nueva York, lo que ahora se llama JFK. Es una terminal que aún existe, aunque creo que ahora es un hotel. Creo que es como de 1959 o 1960.
Proust no es la única referencia literaria del disco.
Sí, es que quería sonar muy inteligente [risas]. Y es casi un accidente. Yo escribí un montón de canciones, pero no todas son buenas. Pero justo escribí tres canciones que mencionan a algunos otros, como Robert Frost o David Foster Wallace. Y alguno más.
Y Keats. Hay un poema suyo en la contraportada.
Sí, es que me encanta. Y también hay alguna otra referencia literaria en el pasado, en los discos que he hecho solo también. No sé por qué, pero el nombre de David Foster Wallace se canta muy bien. Es como si saliera de mi boca sin que yo realmente lo supiera. Es otra persona como Proust, que no se queda en el detalle, que va a lo profundo. Que están conectado con lo sencillo, con el día a día, la importancia de ese tipo de cosas. Y eso es lo que me conecta con ellos.
Nos gustaría hablar de algo que has mencionado antes, de tu rehabilitación de las drogas y el alcohol. Supongo que no te importa hablar de ello. ¿Por qué decidiste hacerlo público?
No, claro que no me importa. Lo hice para ayudar a otras personas que puedan necesitarlo, es la única razón. No quería esconderlo. Y además, no tengo un problema con la gente que bebe o toma drogas, ¿eh? No es eso. Simplemente si a alguien puede servirle lo que yo pasé, para poder salir de eso como yo lo hice, perfecto. Para mí siempre fueron más las drogas que el alcohol, es una auténtica epidemia. No solo es en Estados Unidos, tampoco tengo muy controlado en el resto del mundo, pero en Estados Unidos hay un problema enorme con los calmantes. Mira a Prince, se murió por abusar de las mismas sustancias que yo consumía.
¿Cómo te sentiste con eso?
Muy triste. Era muy joven, y en cierto modo era la cara de Minnesota para el mundo. Quise hablar de ello para que la gente supiera que siempre hay ayuda para salir de eso, si quieres y la buscas. No es que sea frecuente que la gente se me acerque para darme las gracias, pero de vez en cuando pasa, fundamentalmente para preguntarme cómo lo hice. Cómo salí de aquello. De todas formas, no es que vaya por ahí alzando la mano y diciendo «miradme, yo estoy limpio y tú no», simplemente quiero decir que hay una vida después de la adicción a los calmantes. Y es muy buena.
Creo que tuviste un momento concreto, en un hotel en Los Ángeles, cuando te convenciste realmente de que necesitabas ayuda para salir de ello.
Sí, lo hubo. Pero en realidad hay más de un momento específico. Pero en ese momento, en ese hotel en Los Ángeles, yo no quería seguir viviendo. Quería matarme. Todo el mundo tiene un tope, un fondo, en el que dices: no puedo seguir así, sacadme de esto. Siempre es así. Porque en realidad, la mayor parte de mi vida no he tomado drogas, he vivido sin ellas, fue algo de lo que fui consciente después. Solo fue una etapa.
¿Cómo ha cambiado tu relación con la música, el consumir drogas y después dejar de hacerlo?
Yo solía odiar la música. Creo que la culpaba de mis problemas, porque me decía que si hubiera hecho otra cosa en la vida jamás habría acabado con un problema de drogas. Si hubiera tenido otro estilo de vida, una casa más estable… Ya sabes que viajar no hace nada bueno con las relaciones. Pero finalmente, con mucha ayuda, me di cuenta de que la música no era la causa, era cosa de la depresión que estaba pasando y que finalmente dejé atrás. La música, probablemente, me salvó. Es lo que hago mejor y es a lo que estoy unido, supongo. Hubo una época en la que no me gustaba escuchar música, tocarla… Pero me mejoré, y ahora todo ha cambiado.
¿Crees que todavía hay una idealización del mundo de las drogas y la música? A pesar de todas las historias trágicas, que persiste cierta aprobación.
Sí, es uno de esos clichés que aún cree mucha gente: que no puedes componer o tocar si no estás jodido, y drogado. Y creo que alguna vez también me sentí así, pero es otro cliché. No hace falta que estés profundamente perturbado, o drogado para ello. Yo he descubierto que soy mucho más productivo creativamente cuando no estoy así, perturbado o drogado.
Ya que hablas de clichés. He escuchado que dices que todos los clichés que dicen de España, son ciertos. Has vivido aquí un tiempo y…
Sí, de hecho estoy tratando de vender mi casa aquí, así que ponedlo por si alguien está interesado [risas]. Es un sitio maravilloso, eso es cierto. Amo España y siempre he disfrutado mucho estando aquí, pero es hora de cambiar. Y sobre los clichés: sí, muchos son ciertos sobre vosotros. El problema con ellos es que siempre deslizan cosas negativas, como que sois personas vagas e indiscretas, y eso no es así. Pero los clichés aquí son ciertos, todo el mundo es apasionado y agradable. George Orwell tiene una cita muy curiosa: cuando le pidieron que describiera a los españoles, dijo: «Cuando les pides un cigarrillo, te obligan a coger la cajetilla completa». Y eso es real, eso es lo que pasa. Así es como me siento siempre que vengo a España. Los americanos, probablemente habríamos dicho: «Bueno, solo me quedan unos pocos cigarrillos…». [Risas]
Y sobre los españoles y la música: dices que te sorprende la forma en la que nos ves vivir tus conciertos, que somos un público diferente.
Sí, es así. En España no está todo en un contexto de edad, no sucede eso de que si no estás en los veinte o en los treinta no te van a prestar atención a no ser que tengas un legado, como Johnny Cash. Parece que en Europa en general hay más lealtad a los grupos, y esto es un cliché muy grande, pero creo que en España reaccionáis con más excitación a la música que en otros países. Cuando aterrizo aquí, de verdad que me siento en casa.
Ya que hablamos de España. ¿Cómo llegas hasta Paco Loco?
¡Oh! ¡Paco Loco! Lo amo totalmente, y a su esposa también. Ellos han hecho todo por mí, por mi exmujer, por mi hijo. Nos encontraron una casa, trabajamos con ellos, cenábamos en su casa, nos cuidaron y vivimos de los mejores momentos con ellos. Tiene un libro nuevo que estoy deseando leer, porque es un productor fantástico. He trabajado con él siempre que he podido. Lo quiero y de verdad que le echo de menos todos los días, aunque nos mantenemos en contacto. Desde 2005 hemos trabajado juntos en varios discos, los produjimos juntos, aquí en España.
Muchos esperaban que este nuevo disco, el primero desde que hablaste de tu rehabilitación, fuera más oscuro o depresivo. Pero ha sido al contrario, es un disco optimista que suena como las etapas más luminosas de los Jayhawks.
Sí, no quería plasmar nada de todo eso. Siempre he tratado de equilibrar la oscuridad con la luz: si las letras eran oscuras, trataba que la música fuera más luminosa, y al revés. Si la música era muy brillante, trataba de que las letras fueran más oscuras. Siempre hay algo de esperanza en la oscuridad, si no todo es demasiado triste y eso no ayudaría a nadie. Incluyéndome a mí. Es algo categórico a lo largo de mi vida. Incluso en mis momentos más oscuros he tratado de sonar esperanzado.
Dices que te sientes más como un escritor que como un entertainer.
Sí, así es. Supongo que estoy cómodo en el escenario, pero no quiero ser Freddie Mercury. Ojalá pudiera serlo, pero no puedo. Ciertamente hay una parte de mí que disfruta siendo un entertainer, disfruto estando ahí arriba, sobre el escenario, pero si pudiera escoger preferiría escribir y grabar en mi estudio, haciendo shows ocasionales. Creo que mi personalidad es así, soy muy introvertido y tiendo a la soledad, y algunas veces, especialmente estando de gira, no puedes tener esos momentos.
Se cumple entonces ese cliché de que muchos músicos sois en realidad personas muy tímidas.
Sí, lo controlo más o menos y puedo hablar con los demás, pero soy tímido. Pero después de todo no soy una persona que busque contacto social todo el tiempo.
Sé honesto: ¿estás cansado de las entrevistas?
[Risas]. Sí, sí. Son muchas entrevistas, he contestado muchas preguntas, incluso por e-mail. Pero creo que es beneficioso para nosotros, especialmente cuando las preguntas, como estas, son buenas. Cuando son malas es doloroso.
Bueno, eliminamos entonces todas las preguntas molestas que teníamos preparadas.
[Risas]. Resérvalas para el final, y así podré irme y aun así tendrás algo que llevarte.
Sobre el panorama actual de la música, y cómo has vivido el cambio total de la industria. Las cifras de ventas ahora, si las lleváramos al pasado, serían ridículas.
Tengo sentimientos encontrados con esto. Entiendo los beneficios del streaming, y yo mismo uso Spotify. Y lo hago porque no gano el suficiente dinero como músico para comprar toda la música que me gustaría escuchar [risas]. Pero creo que hay beneficios en eso, en escuchar música a la que nunca llegarías de otro modo. Pero la gente tiene que darse cuenta de que la parte creativa de la vida ahora mismo ya no es tan beneficiosa como solía serlo. La gente que crea cosas en realidad ya no tiene la propiedad, porque llega gratuitamente; así que construir un modo de vida se ha vuelto más difícil. Lo que significa que un montón de gente ya no lo hace, lo que significa que hay menos buen arte disponible. Pero por otro lado, no puedes luchar contra ello. Tienes que ir con los tiempos. La única manera de trabajar es que nos paguen por los servicios en streaming. Yo no echo de menos los CD, no echo de menos esos formatos físicos. Nunca me gustaron demasiado. Los vinilos, por supuesto, son algo hermoso. Pero no los CD. Y no hay vuelta atrás, no hay manera de hacerlo, y no puedes ser una de esas personas que están ancladas en lo bueno que era todo antes. No quiero ser uno de ellos.
A mí me gusta la tecnología, y creo que en muchos sentidos es como el alcohol para la gente: hay que usarlo con moderación. Cuando la gente se vuelve adicta es un problema, pero en general, me gusta. Te mantiene en contacto con la gente, y para muchos asuntos se ha vuelto más eficiente. No hay manera de luchar con que la gente ya no compre discos, porque ahora la forma que tenemos los músicos de ganar dinero es haciendo conciertos. Y bueno, también el merchandising: todas las camisetas, las gorras… La vida es así ahora. Yo no quiero estar de gira el resto de mi vida, pero me siento peor por los los grupos que empiezan ahora. Porque al menos nosotros tuvimos una oportunidad de crear un público, una audiencia fiel. Puedes seguir intentándolo, pero creo que es más duro. Hay muchas más novedades, muchas más opciones donde elegir que las que había antes, y la gente está confusa porque no tiene la atención de los fans. Yo trato de tener una mente abierta en este sentido, porque creo que no hay vuelta atrás.
Suele causar mucha sorpresa cuando hablas de los grupos que te gusta escuchar ahora mismo, porque no son la elecciones obvias que los demás esperan.
Sí, es así. No escucho nada que suene parecido a lo que yo hago. No me gusta. De hecho ni siquiera me gusta la música que yo he compuesto. No tanto. No soy un gran fan de mí mismo. No lucho contra lo que hice, simplemente, creo que hicimos algo como banda que estaba en medio de muchos géneros distintos. Creo que el público, como hicimos muchos discos en los noventa que sonaban como música de raíces, piensa que somos eso. Pero como ya te he dicho, no empecé a escuchar esa música hasta los veintiséis, todo el tiempo anterior y los años después siempre escuché otras cosas, pop rock, art rock, folk británico, música clásica…
¿Pop?
Algunas veces. Pero es difícil para mí escuchar ese tipo de música. Suelo citar a un chef, que dijo que al entrar a un restaurante no podía disfrutar la comida sin pensar en la cocina, en las técnicas… No puedo escuchar una canción con sus coros sin pensar en cómo lo habría hecho yo. Te arruina un poco la experiencia de la música, porque nunca más puedes ser un oyente casual. Por eso prefiero escuchar música clásica, o pop rock, o loop, o electrónica, porque no son canciones basadas en lo mismo. Simplemente cogen mi mente y la llevan a otro sitio. Puede ser muy aburrido escuchar lo que es parecido a ti. En general no me gusta escuchar nada que se parezca, o que esté en el mismo género que nosotros. Porque además el rock es un género muy difícil de hacer bien. No tenemos feeling con ninguna otra banda, en realidad. La gente sigue diciendo lo de la «música de raíces» y nosotros tratamos de huir de eso, porque no es la manera en que nos vemos. Estoy más conectado, o relacionado, con grupos como Wilco, o bandas que han hecho un montón de cosas distintas y nadie volvería a llamarlos música de raíces. Lo que yo admiro es eso, la gente que ha estado en un montón de lugares, pero no se encasilla en una sola caja estanca. Cuando te vuelves mayor, además, hay otra cosa: es muy difícil que nadie te impresione. Cuando era más joven sentía eso de «guau, nunca he visto nada como esto» y ahora es como «nah, he visto algo como esto, y no es tan bueno como lo que vi antes». Eso es desafortunado, porque muchas veces tienes delante un material increíble, pero no lo ves con ojos limpios. No puedo verlo como si fuera mi hijo.
¿Él es músico también?
No, es pintor. Ha nacido con el oído musical, pero se siente más cómodo y es más talentoso con la pintura. Y además es muy bueno con el español, también.
¿Español del sur de España?
[Risas] Sí, sí, se sabe eso de «quillo» y hace reír mucho a la gente con eso. Pero domina el español «estándar».
Dices que no te gusta capturar el sonido de los setenta, pero que «simplemente sale».
Sí, no es intencionado, pero es así. Hay ciertas cosas que se construyeron temprano en mi vida, y no puedo huir de ellas. Sé lo que hago mejor, pero no tengo intención de sonar como nada. Naturalmente suena así. Siempre he pensado que si The Jayhawks se hubieran fundado en los sesenta o en los setenta seríamos un grupo más grande de lo que somos. Es casi un milagro que la gente nos siga escuchando. No digo esto como un cumplido, pero creo que somos un «grupo de culto». Cuando digo «culto» quiero decir que tenemos fans muy devotos, mucho, a quienes les deseo lo mejor en el mundo. Pero hay muchos más. Aun así, son los suficientes para mantenernos en activo, pero no lo suficiente para asegurarnos que vamos a seguir haciendo esto para siempre. Porque nunca sabes cómo van a ir las cosas.
Habéis publicado nueve álbumes en los treinta y un años que lleváis juntos. ¿Calidad sobre cantidad?
Podríamos haber hecho el doble, y seguirían siendo buenos discos. Pero a veces ocurre, cuando estás en un sello grande, que prefieren que sigas haciendo el tour con el disco que ya tienes, para seguir generando dinero y no gastar más en producir otro. Ahora la cosa es diferente, los tiempos son diferentes, se busca más la atención, se producen más rápido y no hace falta esperar tanto. Creo que podríamos haber publicado cincuenta discos, siempre tuvimos un montón de material.
Este es el primer álbum que grabáis fuera de un sello mayoritario, ¿echas algo de menos de eso?
No es exactamente así. El disco anterior ya lo hicimos con una firma más pequeña, y en realidad, aunque formáramos parte de una casa grande, siempre nos sentimos un poco outsiders, como parte de algo más pequeño. Y no siempre hemos grabado en Los Ángeles, a veces los hemos hecho en Minneapolis, por ejemplo. Así que ahora mismo no encuentro una gran diferencias entre una experiencia de grabación y otra. Sí se nota respecto a otras cosas, como el modelo de negocio y demás. Las grandes compañías de discos, de todas formas, no son algo sano. Es un gran gasto de dinero. Así que el negocio de la música no está yendo a mejor por eso, en cierta manera. Por eso preferimos esta manera de grabar que tenemos ahora, aunque tengamos que recaudar dinero para seguir haciéndolo, pero nos permite mantener la propiedad de nuestra música. Los sellos pequeños fueron mi elección.
Y sobre lo que te he dicho antes, de no hablar del pasado: entiendo que todos queráis hablar del Smile, o Sounds of Lies, pero centrarse en Hollywood Town o en Tomorrow The Green Grass, representa para mí un auténtico palo. Hay mucha gente que piensa que eso fue el punto álgido de la banda, pero también hay mucha gente a la que le gusta los discos después de eso. Depende con quién hables. Y nadie quiere pensar que su mejor disco fue el de hace veinte años.
Así que tu mejor disco es Pagin Mr. Proust.
[Risas] Sí, me has pillado con el cliché. No lo sé, creo que es muy bueno, pero me gustan todos los discos por diferentes razones, y no necesariamente porque sean más exitosos unos que otros. Todos tienen algo y estoy orgulloso de ellos.