Ulises Fuente
La Razón, 15/10/2022
La vida de la actriz, modelo y cantante se ha explicado siempre como la musa, grupi o amante, pero nunca como creadora: una biografía desmonta el tópico.
Su vida fue una auténtica película. Nico, nacida Christa Päffgen (1938 -1988), huyó del fantasma de la Alemania nazi para convertirse en modelo, actriz, músico y testigo directo de varias décadas del arte del siglo XX. Actuó en «La dolce vita» a las órdenes de Fellini, fue modelo en París, participó de la Factory con Andy Warhol, fue vocalista en The Velvet Underground y desarrolló una carrera musical vanguardista y bizarra durante casi dos décadas. Sin embargo, la alemana ha pasado a la historia como sujeto pasivo, como «musa de» y «compañera sentimental» más que como una identidad propia o una creadora con universo propio. Jim Morrison le animó a escribir, fue cortejada por Leonard Cohen, con Bob Dylan mantuvo un romance corto y una larga amistad y tuvo un hijo con Alain Delon del que jamás se ocupó el actor francés. Su apabullante belleza y su misteriosa personalidad, convertida en oscuro objeto de deseo, desencadenaron todo tipo de clichés, leyendas urbanas y retratos superficiales que una exhaustiva biografía escrita por Jennifer Otter Bickerdike («You Are Beautiful and you Are Alone», Contra) trata de desmantelar.
El primero de esos clichés y el que más irrita a Otter Bickerdike es el de grupi: «Si tienes la oportunidad de tener amistad o de acostarte con gente guapa e inteligente porque eres atractiva, por supuesto que lo harás. Lo haría cualquiera en este mundo, hombre o mujer. Todos queremos conocer gente interesante, rica o atractiva y no ves a nadie llamando por ello a Mick Jagger el mayor grupi de la historia porque se acostó con no se cuántas mujeres y accedió a la alta sociedad británica. Pero a Nico se lo reprochan porque es mujer y eso me enfada mucho, porque tendría que ser una heroína o un mito, pero su vida la han contado solo los hombres desde el punto de vista de los hombres», dice en entrevista telefónica la biógrafa, que comenzó el libro sin tener la menor referencia de la vida de Nico. «Lo que más valora la gente es tu apariencia. En el caso de una mujer, es todavía más su capital económico». Ella lo utilizó para salir de la Alemania en la que todavía había cadáveres pudriéndose en las calles y donde, según se cuenta en su biografía, ella misma sufrió una violación a manos de un soldado del ejército estadounidense, algo que, según otro mito inexacto, la condujo a posiciones racistas y antisemitas el resto de su vida. «Es completamente falso. Tuvo decenas de amigos judíos en Nueva York y cuando tuvo un incidente, en el que aparentemente la lanzó un vaso a una mujer negra, no se trataba de un ataque a su color de piel, sino precisamente a que estaba lanzando un alegato sobre la opresión y ella, que se consideraba tan víctima como cualquier afroamericano, le contestó. No está claro que le arrojase nada», explica su biógrafa.
Con el pasaporte de su belleza, llegó a París en 1956, un ciudad inundada de jazz y de moda. Se empapa de música de Chet Baker o de Bessie Smith mientras trabaja para Coco Chanel (o eso dijo, aunque no hay un registro claro), y mantiene (esto sí está probado) una aventura con Jeanne Moreau y también con Ernest Hemingway. Gana muchísimo dinero, padece la insoportable presión sobre su físico y su timidez causa las primeras confusiones con la altanería. Mucha gente empieza a considerarla fría e insustancial. Sin embargo, Nico mira y aprende en segundo plano.
Tras aparecer casi por casualidad en «La dolce vita» (1960) de Fellini, trata de hacer carrera en el cine con poco éxito. La moda le resulta aburrida e insustancial pero paga las facturas. Conoce a Alain Delon y se queda embarazada, pero el actor niega que Ari, el niño que guarda un enorme parecido con él, sea su hijo. Nunca se hará cargo de él ni de otros tantos que tuvo y no reconoció. Nico ya ha decidido que quiere ser artista, pero con el dinero de la moda compra una casita en Ibiza para su madre, lejos de la fría y cruel Alemania. Sin embargo, nunca logra adaptarse, desarrolla una manía persecutoria, una paranoia que destroza sus nervios y que ella empeora con grandes cantidades de alcohol.
Nico conoce a los Rolling Stones y mantiene una turbulenta relación con Brian Jones, como no podían ser las cosas de otra manera con alguien que podría ser un buen músico, pero un perfecto energúmeno como ser humano. En Nueva York actúa en bares pequeños con sus propias canciones, medio susurradas medio recitadas, anunciada como «La chica de la dolce vita» pero su apariencia deja congelado a Paul Morrisey, socio de Andy Warhol, que por esa época reniega de las artes plásticas y está pensando en el videoarte. También necesita una banda de música para un local que piensa abrir en Chelsea y quiere que Nico sea quien la lidere. Warhol piensa que ese grupo, The Velvet Underground, pueden servirle de acompañamiento. «La Velvet no habría existido sin Nico –dice Otter–. Yo eso no lo sabía hasta que hice la investigación del libro. Ella era la estrella, Warhol la quería a ella. Y Lou Reed quería ser tomado en serio y convertirse en una estrella, así que la trató horriblemente. Hay unos celos de evidentes. La trató muy muy mal y lo más triste es que él ha quedado como el héroe del rock y ella como si fuera basura. Cuando publiqué el libro pensé que los fans de la Velvet harían cola en la puerta de mi casa con antorchas», bromea la escritora. Para complicar aún más la situación, entre ellos hubo una relación amorosa. «Muy fuerte, además, lo que lo hacía peor todavía. Se tenían admiración mutua y se amaban, pero él la trató tan mal... Todo para ser una estrella. Había muchos elementos en esa situación: la presión del dinero, las drogas, el éxito, la fama y el amor... es humano». Aparentemente, ella se cansó y le dijo que «ya no podía acostarse más con judíos», comentario que alimentó las brasas de su supuesto antisemitismo, al que que la biógrafa descarta de un plumazo: «solo estaba siendo un poco malvada, un poco perra. Es la manera en que se relacionaban en la Factory. Es una maldad entre amigos». Tras aquello, Reed no paró hasta aislarla del grupo y boicotear su carrera en solitario.
Nico se enganchó a la heroína y en los setenta se relacionó con Philippe Garrel, un cineasta con el título de maldito con quien rodó “La cicatriz interior” y consumía droga con la disciplina de una yonqui. Fue una época oscura. Su madre había fallecido y ella sentía la frustración de hacer un tipo de música casi imposible de comercializar de los que “Chelsea Girl” o “The Marble Index” son los dos ejemplos más notables pero que componen una obra de canciones “bizarras, extrañas, frikis, locas pero que resultaban más innovadoras y vanguardistas que nada que se estuviera haciendo en ese momento ni años después”, dice la biógrafa. Para Otter, “las mismas costumbres, en el caso de John Cale y Lou Reed les convirtió en poetas y referentes de una generación. En verdaderos artistas jugándose la vida”. La contribución de Nico a la Velvet Underground ha sido, es cierto, minimizada, y tampoco contribuyó a cambiar esa mirada su obra posterior, que la propia Otter describe como “música para suicidarse”. En los ochenta, previo paso por varios psiquiátricos, la oscuridad fue bajando la intensidad. Nico tuvo el olfato de instalarse en la nueva meca cultural, Manchester, y consiguió dejar la heroína. se traslada a vivir a Ibiza. Una mala caída de la bicicleta en 1988 le costó la vida por una hemorragia cerebral. Tres hospitales le negaron el ingreso por su aspecto y las marcas de los pinchazos en los brazos. Ella, que hablaba siete idiomas, no podía comunicarse por el golpe en la cabeza.
Una herencia y un fantasma
Una de las realidades más terribles de la vida de Nico es que pasó la maldición de la heroína a su hijo Ari. No de una forma metafórica, sino que realmente le indujo al consumo, le proporcionó la droga y la jeringuilla, como el joven reconoció en una entrevista posteriormente. Ari fue criado por su abuela (la madre de Alain Delon) por quien fue adoptado legalmente y se reencontró con su madre cuando tenía 19 años. Nico jamás fue capaz de dejar atrás al fantasma de Alain Delon. Estando con ella, su hijo sufrió episodios de sobredosis e ingresos por colapso nervioso. “Para mí fue una madre muy buena. Me lo dio todo, hasta las drogas. Lo viví con ella si que fuera un problema. Al final, compartíamos la droga, la jeringuilla. Era una forma de estar juntos”. Lo primero que hizo Ari con el dinero de los derechos de su madre, tras fallecer, fue comprar un gramo. Después de varios ingresos, dejó las drogas. Hoy tiene una familia.