Daniel Flores
Rolling Stone, 08/08/2023
Mezcla de rockumental con ficción, Rude Boy es un testimonio imperdible de la gran banda punk británica, ahora disponible en la plataforma Mubi
Las debilidades de este híbrido entre el rockumental y la ficción protagonizado por The Clash están a la vista. La película dirigida por Jack Hazan y David Mingay, estrenada en 1980 y ahora disponible en la plataforma Mubi, es un proyecto con alto grado de inconsistencia, improvisación gratuita, situaciones fallidas y amateurismo sin rumbo.
Sin embargo, las virtudes del film son todavía más ostensibles. Rude Boy capturó como ningún otro registro a los entrañables The Clash al pico de sus funciones en 1978, alrededor de los días en que trabajaban en su segundo disco, Give ‘Em Enough Rope. No sabemos si por entonces Londres realmente se incendiaba, como proclamaban el uno de sus singles emblemáticos, pero Joe Strummer, Mick Jones, Paul Simonon y Topper Headon defintivamente estaban en llamas, a juzgar por las imágenes.
Si aún hoy a los Clash se los venera como “la única banda que importa”, seguramente es en parte por lo que se aprecia en esta película: un grupo que, con apenas dos años de formarse, en vivo explotaba con una combinación de energía punk, personalidades desatadas y canciones ignífugas, capaces de reflejar el agitado clima de época, e incluso de ayudar a caldearlo un poco más. “London’s Burning”, “White Riot” y “Police and Thieves” más que la banda de sonido de Rude Boy componen un soundtrack para las emergentes protestas sociales a fines de los 70, plena era de Margaret Thatcher, en Inglaterra.
Pero la película no es un documental sino una singular especie de ficción. A medias. ¿De qué se trata? Es un poco difícil decirlo, no porque la trama contenga ninguna complejidad -nadie podría acusar a Hazan y Mingay de plagiar a Bergman o Truffau-. Digamos que Rude Boy sigue los pasos (literalmente, la cámara parece perseguirlo en sus derivas urbanas) de Ray (Ray Gange), un fan de The Clash que trabaja en un pequeño local de venta de material pornográfico en el Soho londinense. Sin duda se trata del rude boy del título, aunque curiosamente nada tenga que ver con los rude boys a los que los propios Clash les cantaron, es decir los chicos con gusto por la música jamaiquina, tendencia a meterse en problemas y una forma de vestirse heredera tanto de los mods de los 60 como de sus ídolos del reggae y el ska. Ray es más bien un punk tan profundamente desorientado con su vida que ni siquiera está seguro de todo lo que canta su banda favorita (y se los plantea en la cara), muy en particular de sus proclamas de izquierda, con las que parece confundido y en desacuerdo. Eventualmente, Ray consigue trabajar como plomo para The Clash, lo cual dispara no muchas, pero sí algunas situaciones personales, siempre con el telón de fondo de las tensiones sociales en la capital británica, con las que Ray tampoco es que se involucre más de la cuenta, en todo caso resulta víctima del abuso de autoridad policial, aunque no por lanzar piedras en ningún white riot.
Pero no importa la pobreza del planteo, incluso la ausencia de guion (los diálogos entre Ray y los músicos son claramente improvisados). Cada vez que se transforma en documental, exhibiendo a una banda irrepetible tanto en vivo como en estudio, Rude Boy es un testimonio invaluable.
Y no solo porque los Clash fueran buenos. Lo llamativo es que, si por un lado la producción es extremadamente austera en los recursos y también en la resolución, las tomas en directo, por el contrario, tienen una calidad notable, tanto visual como sonora (parte de lo que se escucha fue regrabado y post producido en estudio, pero el producto final lo lo sufre), muy por encima, lejos, de cualquier otro fílmico del punk clase 76/77. Entre los pasajes más espectaculares, hay que mencionar la participación de The Clash en el festival antifascista Rock Against Racism, en Victoria Park, el 30 de abril de 1978, atronando “White Riot” junto un sacado Jimmy Pursey, voz de Sham 69 (entre las contadísimas apariciones estelares están también la periodista Caroline Coon y el verdadero asistente de la banda Johnny Green). Un concierto histórico, en la vida real, que acaba en cierto tumulto a un costado del escenario, aparentemente ficcionalizado, que no se termina de entender.
Otros momentos destacados son los de Strummer grabando “All the Young Punks” y Jones haciendo lo propio con “Stay Free” (una de sus grandes canciones pop), al igual que las conversaciones de ambos con Ray. A Joe lo vemos tratando de adoctrinar al plomo (en más de un sentido del término) mientras que Mick no disimula su antipatía. Detalle que, según quienes relataron el detrás de escena, no tenía nada de impostura. De hecho, cuentan los historiadores del punk británico que los Clash no estuvieron en nada de acuerdo con la marcha de la película y que boicotearon su estreno. En el caso de Mick Jones esto es evidente incluso en la pantalla (durante un set en vivo, llega a echar a Ray del escenario con un grito que no parece guionado).
Como sea, Rude Boy es historia. Su crudeza, incluso la impericia en su realización, el errático rumbo del proyecto, quizás con el tiempo se haya transformado en su fortaleza para mostrar a la única banda que importa de la manera que más importa: rompiéndola en vivo.