Hernani Natale
Tiempo argentino, 26/10/2023
Tanto al frente de The Velvet Underground como en su carrera solista, el cantante, guitarrista y compositor hurgó en los callejones para retratar historias dramáticas y, al mismo tiempo atrapantes. También buscó y encontró una estética musical inconfundible.
En la tranquilidad de la cama en su hogar ubicado en un apacible pueblo de las afueras de Nueva York, resignado al fracaso del trasplante de hígado que había recibido un año antes, acompañado por su esposa, la actriz performática Laurie Anderson, y mientras practicaba movimientos del taichí con los brazos, el 27 de octubre de 2013 moría a los 71 años Lou Reed, probablemente el músico más influyente en la escena del rock alternativo.
Pero esta calma de la que el artista gozaba fundamentalmente desde su unión con Anderson en los tempranos `90 y que rodeó su muerte, se ubica en el extremo opuesto al estilo de vida que había experimentado hasta entonces y que explicaba, en gran medida, el carácter de una profusa y despareja obra, que siempre se propuso ir al choque a partir de planteos casi revulsivos.
Tanto desde sus primeros pasos con The Velvet Underground como a lo largo de su carrera solista, Lou Reed fue corriendo siempre los límites establecidos por el mainstream para indagar a nivel sonoro, pero más que nada a nivel lírico, en los aspectos más sórdidos de las grandes urbes.
En tiempos de hippismo, se animó a abrir una nueva etapa en el rock con la narración de historias sobre dealers, travestis, sadomasoquismo, entre otras cosas, temáticas que no eran ajenas a su vida privada; y todo ello desde una música que podía oscilar entre las más bellas melodías y la casi incomprensible experimentación sonora.
Pero además puso su cuerpo como territorio de experimentación para ello. Lou Reed fue un consumidor de drogas duras -hasta llegó a inyectarse heroína sobre el escenario-, se manifestaba bisexual y mantuvo una convivencia con una persona trans, entre otras cosas, hasta que cambió radicalmente de estilo de vida al conocer a Laurie Anderson. Y también fue una persona díscola, pendenciera y con actitudes poco leales con muchos de los que lo rodearon.
«Hay una fusión de ríos de sentidos que desembocan en eso que podemos llamar atracción en Lou Reed», consideró a pedido de Télam el escritor y periodista Walter Lezcano, autor del libro dedicado a este artista en la saga «Por qué escuchamos a…», de la editorial Gourmet, uno de los pocos trabajos locales sobre esta figura.
«Está la parte biográfica. Es alguien que trató de experimentar el camino salvaje, como él lo llamó; llevar las cosas al límite. Por otro lado, está su parte de creador inaugural con la Velvet, con la cual empieza una nueva etapa en el rock occidental, el llamado rock alternativo. Está esa dualidad en él como artista capaz de crear canciones híper crudas o terriblemente dulces. Está la parte poética, en un formato sonoro que le permitía generar una plataforma para poder volar muy alto, desde zonas en apariencias muy sencillas. Y también esa voz particular, experimentada, de alguien que ha recorrida zonas de difícil acceso», enumeró el autor.
Lou Reed había nacido en Nueva York en una tradicional familia judía que no dudó en someterlo a una terapia psiquiátrica que incluía sesiones de electroshocks cuando en su adolescencia comenzó a mostrar sus inclinaciones bisexuales, algo que lo marcaría para toda la vida, a nivel psicológico y físico; pues solía decir que carecía de memoria a largo plazo a raíz de eso.
Sus gustos por el rock y el rhythm and blues los sació con el aprendizaje de algunos pocos acordes en la guitarra que le iban a alcanzar durante el resto de su historia musical como herramientas para desarrollar sus inquietudes, las mismas que comenzaría a canalizar cuando se unió al músico experimental John Cale, el estudiante de letras Sterling Morrison y la andrógina Maureen Tucker para conformar The Velvet Underground.
Con el impulso clave de Andy Warhol, el grupo lanza en pleno auge del hippismo su famoso primer disco que en la portada contenía el dibujo de la banana creado por el artista pop, en donde Lou Reed muestra sus cartas, y que se erige hasta el día de hoy como una suerte de biblia del rock alternativo. Allí, por primera vez se hablaba de drogas duras («Heroin»), de sexo sadomasoquista («Venus in Furs») o de encuentros con un dealer («I`m Waiting For The Man»), entre otras temáticas.
«Desde el comienzo, se ubicó enfrentándose al hippismo, que tenía su centro en la zona de San Francisco. Toma la idea de Nueva York como centro del mundo, en donde encuentra lo que le interesa, sobre todo desde ese imaginario cultural que ubica a Nueva York como el lugar en donde los gays pueden vivir libremente, circulan drogas pesadas. Lo que le interesa no está para él en el territorio bucólico, sino en lo urbano», puntualizó Lezcano.
Respecto a la sociedad con Andy Warhol, el escritor marcó algunos puntos que también abren un capítulo aparte acerca del carácter del músico. «Hubo vampirización de los dos lados: Warhol usando gente joven para no quedar como un dinosaurio, y Lou Reed lo vio como un instrumento para posicionar a la Velvet», señaló, aunque estimó que el músico sacó mayor rédito porque le permitió aprender a «crear arte trascendente en una sociedad como la norteamericana, que trata de invisibilizar las disidencias; y la estrategia artística de crear con pocos materiales».
«Lou Reed era muy jodido, tuvo muchas actitudes de mala persona con mucha gente», explicó Lezcano como base para entender el devenir de su relación con Warhol y las diferencias con sus compañeros de la Velvet que sentenciaron el final del grupo. En el plano público, ese mal carácter se reflejó en el maltrato que le daba la prensa: «El periodista es la forma más baja de vida», es una de las más conocidas frases que le dedicó a un interlocutor en una entrevista.
Tras la ruptura de la Velvet, el músico inició una carrera solista que casi naufraga hasta que David Bowie lo rescata de un eventual retiro y le produce «Transformer», el disco de 1972 con clásicos como «Perfect Day», «Walk On The Wild Side», «Vicious» y «Satellite of Love», que lo convierten en una estrella del incipiente glam rock.
La buena estrella de Lou Reed continuó en esa primera mitad de los `70 con picos creativos como «Berlin», de 1973, hasta que en 1975 lanzó su mayor desafío a las convencionalidades con «Metal Machine Music», un disco de más de una hora cuyo único contenido eran distorsiones y reverberaciones con la guitarra eléctrica, y que en su sobre interno contenía una nota del propio artista que decía: «Nadie que conozco logró escuchar el disco entero. Ni siquiera yo mismo».
«En ese gesto de Lou se conjugan varios elementos: traicionar la zona confortable en la que se encontraba, mucha toxicidad y ver las posibilidades sonoras de la guitarra más allá del riff. Podemos pensar ese disco como una manera de reinventarse. Hay una idea de defraudar las expectativas puestas en él por la idea que lo que te vuelve artista es ser parricida, incluso de tu propio pasado», analizó Lezcano.
Durante gran parte de los `70 y los `80, la historia de Lou Reed transitó entre los excesos con la heroína, algo que le impidió nuevas colaboraciones de su amigo Bowie, los incidentes con la prensa y discos que pasaron desapercibidos; hasta que en 1989 lanzó «New York», el álbum que lo devolvió al lado luminoso en la consideración pública y en donde persiste en la narración de historias urbanas, pero desde un nuevo enfoque obligado por el cambio de paradigmas.
«Ese disco lo devuelve a un lugar de cierta excelencia, pero es imposible pensar el disco sin todo ese camino de los `70 y `80. Lou conoce a Laurie Anderson, abandona la bisexualidad, las drogas duras, y Nueva York, en la era Giuliani, pierde ese aura de bohemia artística, se vuelve un lugar detestable. Pero ahí se conjugan nuevamente la insistencia de hacer pequeños cuentos, de usar el formato rock para pequeñas novelas, y cierta nostalgia por algunos personajes, por un Nueva York que estaba muriendo», explicó Lezcano.
En los años siguientes, Lou Reed experimentó una vida mucho más apacible, ligada la práctica del taichí, compartiendo veladas en restaurantes de Nueva York con su pareja y el matrimonio conformado por David Bowie e Iman. Su andar artístico fue también mucho más estable e incluyó una breve reunión con John Cale para recordar a su exmentor Andy Warhol, un efímero regreso de The Velvet Underground y un polémico disco con Metallica. Hasta que un cáncer de hígado y un fallido trasplante finalmente lo pusieron en jaque.
A la hora de hablar sobre su legado, Lezcano definió a modo de gran resumen: «Hay algo que empezó con él respecto a la disidencia y a cómo llevar un tipo de vida rockera en una ciudad compleja. Creó un punto cero en el arte. No buscó reinventar una tradición, sino que siempre fue hacia adelante».