Nacho Serrano
ABC, 06/10/2023
'Have You Got It Yet' recorre la tragicómica primera etapa de la legendaria banda británica
El nuevo documental 'Have you got it yet? The Story Of Syd Barrett And Pink Floyd' no podía empezar mejor: zanja de un plumazo la eterna discusión sobre cuál es la etapa más importante del grupo, la Barrett o la post-Barrett. La segunda, la de 'Dark side of the moon', 'The Wall' y demás, fue la que cubrió de oro al grupo. Pero David Gilmour, Roger Waters, Nick Mason y Rick Wright jamás hubieran llegado hasta ahí si no fuera porque la luz del diamante reluciente guio el camino. Una historia parecida a la de Brian Jones con los Rolling Stones. «Pink Floyd jamás habría sido lo que fue sin Syd. Hubiéramos grabado un par de singles de rythm'n'blues ramplones y nos hubiéramos separado para buscarnos un trabajo normal», asevera Waters con la contundencia de quien sigue cabreado por el menosprecio histórico.
El hilo argumental de la película
La película, dirigida por Roddy Bogawa y Storm Thorgerson (que murió en mitad del rodaje, igual que algunos entrevistados como el fotógrafo Mick Rock), viene a contar dos cosas. La primera es que lo último que le importaba a Syd Barrett era que le entendieran. De ahí su título ('¿Lo has pillado ya?'), que era la pregunta que el malogrado músico les hacía a sus compañeros cada vez que les presentaba una nueva composición, tocándosela seis veces seguidas sin que ninguna versión tuviese nada que ver con las demás. «Es posible que nunca lo pilláramos», ríe el baterista Nick Mason en un arrebato de honestidad.
El segundo hilo argumental del documental es la caída de Barrett en los infiernos de la enfermedad mental. Causada, según contaba uno de los mitos fundacionales de Pink Floyd, por el hábito involuntario de consumir LSD a diario por culpa de unos malos amigos que se lo echaban cada mañana en el café del desayuno sin que él lo supiera. Una barbaridad que el documental se encarga de desmentir dando voz a uno de ellos, que muestra su horror y estupefacción por la crueldad de semejante leyenda urbana.
«Este tipo cambió la vida de todos los que lo rodeaban, y...», dice Andrew King con voz entrecortada y sollozando cuando el documental se adentra en el declive mental del protagonista. «Es una historia terrible. Una historia muy, muy triste». En cuestión de semanas, la mirada de Barrett había perdido toda su viveza y se arrastraba como un zombie por platós y escenarios, hasta que un buen día, cuando el grupo iba en coche en dirección a su casa para recogerle e ir a dar un concierto, alguien dijo lo que todos estaban pensando: «¿Realmente es necesario que venga?». Se marcharon directamente a tocar sin él, y así sin más, Barrett quedó expulsado de la banda.
El objetivo verdadero del documental
El documental se preocupa por demostrar que Gilmour, Waters y compañía no abandonaron del todo a su viejo amigo. Y es bonito ver cómo se dejaron la piel ayudándole a grabar, muy a duras penas, un par de discos en solitario. Pero después de aquello dejaron de verse durante años y la película salta hasta 1975, cuando se produjo el famoso reencuentro en el estudio durante la grabación de 'Wish you were here'. Barrett, que había pasado todo ese tiempo encerrado en la casa de su hermana Rosemary en Cambridge, se armó de valor para ir a verles y descubrir en qué andaban metidos. Pero cuando entró y se sentó al fondo de la sala de mandos, nadie se percató de quién era. Estaba gordo, calvo, irreconocible, sin capacidad para comunicarse. Y resulta descorazonador ver cómo sus compañeros confiesan en el documental que fue un momento violentísimo, tremendamente triste.
Barrett terminó sus días convertido en carnaza de tabloides que montaban un freak-show con él cada par de años, mandando fotógrafos a su casa para mostrar su decadencia con todo detalle. Hasta que en 2006 murió por un cáncer de páncreas a los sesenta años de edad. «Probablemente hicimos por él todo lo que pudimos, aunque todos éramos muy jóvenes», musita David Gilmour al final de 'Have you got it yet?'. «Pero me arrepiento de un par de cosas. Nunca fui a verlo. Su familia lo desaconsejó porque no le gustaba que le recordaran su pasado, pero lamento no haber ido nunca a su casa y llamar a su puerta. Creo que tanto a Syd como a mí nos hubiera venido bien si hubiéramos ido a su casa a tomar una taza de té».