Javi Cid
En el mundo de la música el reconocimiento y la fama suelen darse con inmediatez. Si un trabajo tiene la calidad suficiente para atraer al público o a la crítica, la reacción ocurre en un tiempo relativamente breve. Desgraciadamente, a veces también ocurre con productos sin ningún valor. En ocasiones, si no es instantáneo, parece que dicho reconocimiento nunca llegará, y este aparentaba ser el caso de Chris Bell y sus Big Star. Sin embargo, el Universo tiene infinitos sistemas, aunque dichos sistemas se parezcan a perder una carta en un cajón y entregarla en su destino años después.
GAS Y POLVO ALREDEDOR DEL MID-SOUTH
Una noche de febrero de 1964, el universo conformado por todas las salas de estar de Estados Unidos se ve sacudido por la música que cuatro muchachos de Liverpool presentan en el show de Ed Sullivan, epatando a miles de adolescentes que se autoafirman a través de las escandalizadas caras de sus padres. En la ciudad de Memphis, la nebulosa juvenil también se revoluciona ante la invasión Británica. Chris Bell, el meláncolico hijo mediano de una típica familia de clase media, se agencia una guitarra y, durante los años de instituto, se sirve de la música para soñar con un luminoso futuro. No obstante, su presente discurre por el monótono camino de un chico americano de los suburbios.
Proveniente de otro contexto social y familiar, Alex Chilton, un mocoso engreído e irreverente, decide aliviar sus inclinaciones artísticas mediante la música. Alex lo tiene mucho más fácil que Chris, su padre es músico de jazz y su madre galerista de arte. Este favorecedor ambiente estimula una semilla de búsqueda artística que ya no le abandonará cuando germine. Su talento natural es correctamente alentado y a los 16 años ya lidera el grupo juvenil de blue-eyed soul The Box Tops, y en la pared de su habitación cuelga un disco de oro.
Alrededor de la supernova de jóvenes blancos formando grupos de rock, surge el pequeño estudio de grabación Ardent Studios, fundado por un bisoño productor llamado John Fry. A pesar del reciente interés por el pop rock de la British Invasion, Memphis era una ciudad que vivía por y para el góspel, el soul y la música negra en general, teniendo en STAX records (Booker T & the MGs, Ottis Redding, Isaac Hayes…), la mejor representación de la industria. En un movimiento que demuestra mucho olfato empresarial, John Fry equipa a sus estudios con los mismos equipos de grabación de nueva generación con los que trabaja STAX Records. Como consecuencia, esta desvía los picos de trabajo a Ardent Studios, y la colaboración es fructífera para ambas compañías. Chris Bell se convierte en un habitual de los Ardent, y empieza a trabajar como ingeniero de sonido a tiempo parcial. Nuestro protagonista se convierte en un animal de estudio, buscando incesantemente recrear las texturas sónicas de magos de la grabación como Jimmy Page. Su talento componiendo y manejando el estudio compensa sus carencias vocales. Mientras trabaja en sus propias canciones y toca en diversos grupos de la escena de Memphis, surgen varias colaboraciones con el rutilante Alex Chilton. Ambos astros emergentes aproximan sus órbitas, sin saber que estas se cruzaran un día con un fatal destino.
ESTRELLA BINARIA EN EXPANSIÓN
Tras un fugaz paso por la universidad de Tennessee, en 1972 Chris vuelve a su hogar con una idea fija: triunfar en el mundo de la música. Y se trae consigo dos graves compañeros de fatigas: un absorbente romance con todo estupefaciente imaginable y a Andy Hummel, inseparable amigo y a la sazón bajista. Recurren al fogueado batería Jody Stephens para articular el esqueleto de una nueva banda. Sin embargo, Chris Bell necesita que su grupo desprenda química, y sabe dónde encontrarla. A pesar de su carácter introvertido, Chris es un maestro manipulador y tras varios intentos consigue convencer al magnético Alex Chilton para convertirse en el cuarto miembro. A partir de entonces, los cuatro jóvenes trabajan incansablemente en su música, con la ventaja de disponer a su antojo de los estudios de Ardent dos o tres noches por semana. Alex Chilton ha mejorado su técnica con la guitarra y su capacidad compositiva, y Chris Bell conoce el estudio y sus trucos como la palma de su mano. Pronto empiezan a escribir y grabar canciones conjuntamente, emulando el acuerdo compositivo de sus admirados Lennon/McCartney.
Ardent Studios, absobida a estas alturas por STAX records, reconoce el talento de Chris y su banda y decide producir el disco. A falta de un nombre, quizá de manera irónica, se deciden llamar Big Star. Pero Chris, fervorosamente confiado de su éxito, titula al disco Number One Record (#1 record) sin ápice de sorna. Y, ¿cómo no estar seguro de triunfar con canciones como ésta?:
A pesar de que el disco era profuso en piezas de corte rock & roll como Feel o In the Street, en las que las guitarras y las armonías vocales creaban prístinas texturas al estilo de The Byrds, a menudo se deslizaba de manera exitosa en una atmósfera intimista, con canciones como The Ballad of El Goodo o la evocadora Thirteen, “una de las más bellas celebraciones de la adolescencia” según la visión de Rolling Stone.
Y es que, cuando llegaron las críticas, estas no podían ser más esperanzadoras. Radios universitarias y revistas musicales como Rolling Stone, Cashbox o Billboard alabaron las múltiples bondades del disco: el minucioso trabajo de producción, palpable en las armonías que dibujaban las guitarras con las voces, y sobre todo la singularidad que representaba la banda: una delicada isla de jangle-pop entre un óceano de grupos que solo querían subir sus amplificadores al once. Destacaron el talento y la figura de Alex Chilton, ya de cierto renombre por entonces, sobre el resto de la banda y obviaron el esfuerzo de Bell. El fantasma de la rivalidad pedía permiso para sumarse al elenco de espectros que atormentaban al lánguido guitarrista. Además, por su parte Chilton estaba demasiado centrado en sí mismo como para interesarse por el ego de su compañero. La gran estrella empezaba a mostrar inestabilidad en su núcleo dual.
El disco se editó en junio de 1972 y ante la frustrada mirada de sus creadores, solo consiguió vender unos miles de copias. Stax Records llevó a cabo una labor de distribución totalmente lamentable. El disco había sido comercializado en grandes cantidades por Memphis y todo el Mid-South, pero apenas llegaron copias a lugares tan influyentes como New York, California o Chicago. A pesar del afecto de la crítica, el disco era un fracaso.
EL COLAPSO DE LA ESTRELLA
Incapaz de asumir tal desengaño, Chris Bell irrumpe violentamente una noche en los Ardent Studios e intenta borrar los máster de grabación del disco. Seguidamente intenta suicidarse tomando un frasco de pastillas, pero solo consigue un lavado de estómago en el hospital.
Con este acto, Chris Bell abandona Big Star en las manos de Alex Chilton. Uno tiene que renunciar al sueño de su vida y el otro recibe un proyecto que nunca fue moldeado según sus preferencias. Durante los siguientes dos años, Big Star graba dos discos más: Radio City y Third/Sister Lovers, que tampoco consiguen triunfar entre el gran público. Si bien la calidad de las nuevas canciones de Alex Chilton es indudable, su personalidad caótica queda impresa en estos discos. Alex siempre entendió la música como una forma de expresión de arte avant-garde, una búsqueda que terminó por alejarlo definitivamente del público.
Chris Bell, recuperado de su episodio pero no de la batalla contra la depresión, se embarcó en otra suerte de búsqueda. Su hermano David quiso que empezara de nuevo y para ello se lo llevó a Europa. Llamando a las puertas de todos los productores posibles, presentaron las canciones que Chris había grabado en solitario tras dejar Big Star. Dicha empresa también fracasó, y el músico regresó a Memphis, totalmente fuera de sí. La constatación del fracaso, el miedo a la mediocridad, la intuición del abismo y la adicción a la heroína parecían retos imposibles de superar para una personalidad tan volátil.
Puede que el plan de fuga idóneo para alguien de carácter tan etéreo fuera mirar hacia el cielo. Y eso hizo, abrazando fervorosamente el cristianismo como una adicción más. Al fin y al cabo la religión y la heroína conseguían anular el secreto problema de fondo que le había perseguido toda su vida: el conflicto de su sexualidad y el sentimiento de soledad que le infligía.
UNA ESTRELLA FUGAZ
A partir de su conversión al cristianismo, Chris Bell mantiene un perfil bajo, integrándose en la rutina memphiana. Encuentra trabajo en un restaurante de comida rápida y su relación con la música se desentiende de toda ambición. Vuelve a grabar en el estudio pero sin un propósito comercial claro. Hasta que en 1978 su viejo socio, el tipo que se quedó con su sueño, Alex Chilton, muestra este material a su productor habitual. Es así como finalmente, tras 6 años de errática búsqueda, Chris Bell consigue editar su primer y único single: I am the cosmos .
La cara A, I am the cosmos, encierra en su letra toda su lucha, la ambivalencia que le mantenía al borde del colapso psicológico, el autoengaño con el que decidió vivir: “Todas las noches me digo que yo soy el cosmos, que yo soy el viento. Pero no por eso vas a volver”.
La cara B, You and your sister, parece una invitación a imaginar que hubiera sido de Big Star si alguien le hubiera sostenido. Cuando su voz parece a punto de evaporarse (0:47), aparece la de Alex Chilton para elevarla de nuevo.
Tenía 27 años, su sencillo había sido editado y por fin parecía haberlo conseguido. El 27 de diciembre de 1978 volvía de ensayar cuando su Triumph TR7 se salió de la carretera y se estrelló contra un poste de la luz, cayendo directamente sobre él.
No fue hasta 1992, 14 años después de su muerte, cuando el resto de canciones grabadas por Chris Bell salieron a la luz, bajo el único título posible: I am the cosmos. Por su parte, el legado de Big Star pasó desapercibido hasta que, a mediados de los 80, artistas como The Replacements, R.E.M. o The Posies les reconocieron como los padres de un pujante nuevo género: el Power-Pop. Durante décadas, Chris Bell, Alex Chilton y Big Star fueron un pedazo de cosmos sin cartografiar. Un pedazo del cosmos que aún hoy uno puede contemplar y quedar fascinado.