Diego A. Manrique
El País, 25/10/2017
[Otro grande que se nos va. D.E.P.]
El cantante y pianista de Nueva Orleans facturó una formidable cadena de éxitos entre 1949 y 1963
Antoine Fats Domino falleció ayer martes en los alrededores de su ciudad natal de Nueva Orleans. El cantante y pianista, de 89 años, superó el desastre del huracán Katrina en 2005, cuando se inundó su casa y fue dado por desaparecido. Domino se había negado a ser evacuado por la salud de su esposa; debió ser rescatado en helicóptero.
Humana y musicalmente, debemos considerar a Domino como un genuino producto de Nueva Orleans. Nacido en 1928, la suya era una familia humilde donde se hablaba el francés de los criollos de Luisiana y se practicaba la música con instrumentos que pasaban de padres a hijos. Todavía menor de edad, Antoine decidió tocar su piano profesionalmente sin renunciar a su trabajo de día. En honor a su corpulencia y en recuerdo del recién fallecido Fats Waller, le bautizaron Fats Domino. No tenía complejos respecto a su obesidad; de hecho, su primer éxito, de 1949, se titulaba The Fat Man (es decir, El gordo). Había sido fichado por el sello californiano Imperial Records y formó tándem con Dave Bartholomew, trompetista y productor que le ayudaría a componer muchos de sus primeros éxitos, aunque luego rompieron.
La fórmula era sencilla: boogie woogie ralentizado, blues acelerado, todo cantado con calidez y picardía en píldoras de dos minutos. Domino supo rodearse de sólidos instrumentistas –Alvin Red Tyler, Earl Palmer, Lee Allen- que definirían el sonido del rhythm and blues de Nueva Orleans durante los años cincuenta. Se grababa en el estudio de Cosimo Matassa, un local que –lo mostraba la serie televisiva Treme- es ahora una lavandería.
Fats había alcanzado una respetable popularidad regional cuando ocurrió el terremoto del rock and roll y la industria descubrió que aquella música, pensada exclusivamente para el mercado negro, podía ser vendida al gran público. No fue un proceso fácil para Domino: algunas de sus grabaciones fueron aceleradas para acercarlas al frenesí de moda. Aparte, todavía existía la segregación racial: su Ain’t That a Shame (1955) fue eclipsada en ventas por la versión descafeinada del vocalista blanco Pat Boone. Al menos, Elvis Presley sí reconoció públicamente que Fats era el pionero del “nuevo ritmo”.
El asunto de las apropiaciones culturales no le preocupaba a Domino: recordaba que su mayor éxito, Blueberry Hill (1956), era obra de un compositor de origen siciliano y, de hecho, ya había sido grabado por un paisano ilustre, Louis Armstrong. Llegarían luego impactos como Blue Monday (1956), I’m Walkin’ (1957), Whole lotta Loving (1958), My Girl Josephine (1960) y, en ese mismo año, lo que se convertiría en uno de los himnos de su ciudad: Walking to New Orleans.
Su buena racha duró hasta 1963, cuando abandonó Imperial por ABC-Paramount, una compañía más potente pero menos imaginativa. Cierto que Domino no era precisamente un artista flexible, que se pudiera adaptar a cualquier nueva tendencia: su repertorio tenía básicamente dos modelos, el Fats rápido y el Fats lento; ambos resultaban embriagadores pero los había explotado hasta la saciedad, como revela Out of New Orleans, la voluminosa edición integral de la etapa Imperial publicada por la compañía alemana Bear Family.
Fats funcionaba perfectamente como artista de directo y se refugió en Las Vegas. Resultó ser una mala idea: le gustaba el juego, perdió mucho dinero y pasó por apuros. El bajón de popularidad duró hasta finales de los años sesenta, cuando el rock adquirió sentido de su historia y comenzó el fenómeno revival. Los Beatles le reconocían como una de sus influencias; de hecho, le homenajearon directamente en Lady Madonna.
Ese fue uno de los temas modernos que registró para su gran disco de reaparición, Fats Is Back (1968), confeccionado por el productor Richard Perry con músicos de primera y un presupuesto generoso. Comercialmente, no pasó nada. Aunque Domino hizo algún otro álbum de estudio, volvió a vivir de los conciertos, sabiamente espaciados. Sin descuidar el glamour: viajaba con toneladas de trajes, zapatos y sus famosos anillos.
Hombre muy casero, pegado a sus raíces de barrio, procuraba no alejarse mucho de sus abundantes hijos, nietos y bisnietos. A partir de 1995, Domino abandonó las giras y solo se le podía ver puntualmente en escenarios de Nueva Orleans o circulando con su famoso Cadillac rosa.
Fue uno de los primeros veteranos en ingresar en el Rock and Roll Hall of Fame pero no acudió a la ceremonia. También evitó ir a la Casa Blanca a recoger la Medalla de las Artes. Fuera de los honores oficiales, en los vaporosos ámbitos de lo cool, su música risueña quedó opacada por las turbulencias vitales de coetáneos como Little Richard, Chuck Berry, Jerry Lee Lewis o el mismo Elvis: no fue protagonista de escándalos.
Esa sensación de que no ha había sido tratado justamente se mitigó con la aparición de Goin’ Home: a Tribute to Fats Domino, un homenaje de 2007 donde treinta de sus canciones fueron recreadas por una multitud que incluía a la crema de los artistas de Nueva Orleans y superestrellas como Paul McCartney, Neil Young, Tom Petty, Elton John, Willie Nelson o John Lennon, presente con su versión de Ain’t That a Shame. De los demás participantes, bendito sea, Fats Domino reconocía no saber mucho.